La corrupción no solo nos cuesta las obras que nunca se llevarán a cabo, sino aquellas que se hacen de forma mediocre y que al final terminan costando vidas, como lo ocurrido recientemente cuando dos hermanas murieron al ser arrastradas por la correntía de un cajón pluvial abierto.
Como ellas, ¿cuántos ciudadanos no mueren en las vías del país tratando de esquivar un hueco y perdiendo el control del auto que conducen? Y ojo, no es un reproche a la actual administración de obras públicas, cuya falta de capacidad ya es conocida por todos.
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Se trata de que históricamente los limitados recursos del Estado no han sido manejados en forma eficiente. Y casi siempre detrás de una gran obra pública hay una rebusca de por medio.
Esta percepción se vuelve una realidad al escuchar la trama de corrupción de Odebrecht que hoy tiene en el banquillo a decenas de exfuncionarios de todos los rangos, y que podrían ser muchos más.
Ese despilfarro y robo descarado son un lujo que no podemos volver a darnos, y si no aprendemos la lección ahora, no lo haremos con nada.