Estamos atravesando tiempos turbulentos en nuestro país. En la entrada anterior del blog que lleva por título “La hora de la cordura” recordaba que las personas somos seres emocionales que aprendimos a pensar (y no seres racionales que tenemos sentimientos). De allí la importancia de hacer que prevalezca la sensatez si aspiramos a salir del actual atolladero.
En las redes y en los grupos de chats escuché muchos llamados a todas las partes a sentarse a conversar. Fácil de decir, difícil de realizar. ¿Cómo generar un espacio de confianza en momentos de tanta efervescencia? Es viable convocar a la gente para que se exprese y venga a “repetir” cada uno su propio monólogo; ahora lograr que se establezca un diálogo genuino con empatía, donde realmente se escuche al otro, suena casi imposible. Más aún en vísperas de comenzar la campaña electoral (si es que aún no ha comenzado).
Un sabio en el Talmud pregunta “¿Quién es sabio?” y responde: “Sólo aquel que aprende de todos sus semejantes.” El diálogo requiere humildad, capacidad de escucha, compromiso con los otros y la apertura mental para interactuar de forma tal de alcanzar acuerdos que recojan los diferentes aportes de cada participante. Y eso requiere toda una cultura de diálogo que se construye con paciencia, con autenticidad y con gestos de buena voluntad.
Hoy, por el contrario, somos testigos (y protagonistas) de una cacofonía. Pareciera que se imponen las voces altisonantes, los gritos de barricada y los silencios escandalosos. Ante semejante imagen da la sensación de que nuestra sociedad carece de marcos relevantes para afrontar las imprescindibles conversaciones que nos debemos para definir el proyecto de país que anhelamos, sin embargo, eso no es del todo cierto. Tenemos los mecanismos, que no los queramos usar es otra cosa.
El Consejo de la Concertación Nacional para el Desarrollo me parece una iniciativa valiosa. Me gustaría que estuviera más activo. Más allá de ciertos temas que habría que repensar (la representatividad, por ejemplo) sé que pudieron lograrse en los primeros años de su funcionamiento, importantes acuerdos con recomendaciones específicas para avanzar en distintas áreas. En los últimos tiempos pareciera que perdió relevancia. Ojalá que el próximo gobierno pueda devolverle su lugar destacado como espacio de diálogo y consulta.
Pienso también en el Pacto del Bicentenario Cerrando Brechas. Un esfuerzo extraordinario desde la ciudadanía que abarca todos los temas relevantes y que generó más de 186.000 propuestas, asentadas en 187 acuerdos nacionales y 1.300 acuerdos regionales, con la esperanza que puedan establecerse como políticas de Estado. Es un material invaluable que nos marca una hoja de ruta para acercarnos al país que queremos ser.
Cuenta la Torá que cuando el Faraón se arrepiente y sale a recapturar a sus esclavos israelitas, estos, atrapados entre el Mar Rojo y el ejército egipcio, reclaman a Moisés, quien a su vez se dirige a Dios. La respuesta divina es contundente: “¿Por qué clamas a Mi?, di a los israelitas que marchen” (Ex. 14:15). Hay momentos en los que más que hablar se necesita actuar, hacer, trabajar por una mejor sociedad.
Sin dudas aún esté pendiente la conversación sobre el proyecto del país que anhelamos, mientras tanto, con acciones firmes y decididas se puede avanzar en la dirección correcta, pensando siempre en el bien común y procediendo de forma pacífica, con transparencia y de forma solidaria, especialmente con los más vulnerables; construyendo y no destruyendo, sin politiquería ni clientelismos.
Todavía estamos a tiempo.



