En la entrada anterior en este Blog compartí la experiencia de mi reciente visita al papa Francisco y el encuentro del Congreso judío Mundial en el Vaticano. Ese mismo testimonio tuve la oportunidad de relatarlo ante un distinguido público la semana pasada.
Es que estaba sesionando en Panamá la asamblea anual del Secretariado Episcopal de américa Central (SEDAC), que reúne a los obispos de la región y una delegación del Congreso Judío Latinoamericano (CJL) fue invitada a acompañarlos en la misa y la cena de conclusión.
Desde el año 2015, cuando celebramos conjuntamente los 50 años de la declaración Nostra Aetate, que marcó un punto de inflexión en las relaciones judeo-católicas, siempre se incluye en la asamblea del SEDAC, un espacio para el encuentro entre judíos y católicos fortaleciendo el espíritu fraterno que caracteriza el vínculo entre ambas tradiciones religiosas.
Como tantas otras cosas en nuestras vidas, la pandemia del COVID-19 interrumpió el fluir de estos encuentros, por eso este año, era de vital importancia poder retomar la conversación y la convivencia en persona.
Con este espíritu, los representantes del CJL (lideres de la comunidad judía de Panamá y de América Latina quienes viajaron expresamente para participar del evento) asistimos a la misa en la Catedral Metropolitana y luego cenamos junto con los obispos en las bellas instalaciones del Palacio Bolívar, donde también participaron nuestra anfitriona, la ministra de Relaciones Exteriores, Janaina Tewaney Mencomo y el Nuncio Apostólico, monseñor Dagoberto Campos Salas.
Y mientras relataba ante tan destacado auditorio mis sensaciones del viaje a Roma y la atmosfera de convivencia y amistad que caracteriza las relaciones judeo-católicas, fui consciente que ese mismo clima se reflejaba en nuestra reunión. Y lo más sorprendente, lo más maravilloso diría, es que eso ya no es una sorpresa.
En nuestro país llevamos un largo y fructífero recorrido en el diálogo interreligioso en general y en las relaciones judeo-católicas en particular. Sin duda la dinámica diversa e inclusiva de nuestra sociedad es un factor importante, pero me atrevería a decir que el elemento crítico para este fenómeno es la voluntad del liderazgo religioso de promover una cultura del encuentro que reconozca al otro y sus particularidades y a partir del conocimiento de su cultura y sus tradiciones, derribar mitos y fomentar el respeto y la amistad.
El espíritu de camaradería y convivencia fraterna que tuve la dicha de vivenciar en estos encuentros tanto en Roma como en el del SEDAC en Panamá me llena de optimismo y a la vez lo percibo como un llamado a redoblar esfuerzos para seguir transitando juntos –y convocar cada vez a más personas - por esta senda del diálogo y del entendimiento.