“Éstos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”. El mito urbano atribuye esta frase al genial Groucho Marx y es una mordaz crítica a los acomodaticios, aquellos que adecúan su respuesta al auditorio del momento.
Definir las propias convicciones, tenerlas claras y ser consecuentes con ellas es un ejercicio importante para intentar llevar una vida coherente y con sentido.
Hace casi dos mil años atrás, en la primera mitad del siglo II E.C., dos destacados sabios de la tradición judía - Rabí Akiva y Shimon Ben Azai - fueron interpelados a escoger el versículo más importante de la Torá (Pentateuco). Sin duda suena desafiante, ¿Cómo elegir uno entre los 5845 que componen el texto? (Es más, le solicitaría a usted, apreciado lector, que se tome un minuto para responder ahora mismo a esta inquietud).
Estoy seguro de que rápidamente se nos ocurren al menos una decena de posibilidades y, si bien es cierto que no hay respuestas correctas e incorrectas, las mismas nos dicen mucho sobre la propia cosmovisión religiosa y sobre nuestras convicciones más profundas.
Tal como lo relata la interpretación rabínica, Rabi Akiva escogió el consabido versículo del Levítico (19:17) “Amarás a tu prójimo como a ti mismo Yo soy el Señor”, mientras que Ben Azai, optó por uno menos conocido: “Este es el libro de las generaciones de Adán. El día que Dios creó al hombre, a semejanza de Dios lo hizo” (Gén. 5:1).
¿Sorprende la elección? Cuando cito este pasaje, la primera reacción que observo es cierta desconfianza mezclada con un poco de decepción. Las “apuestas” iban más por el lado de la fe o de determinados preceptos centrales de la tradición judía. La audiencia esperaba de estos dos grandes maestros una respuesta más “religiosa”, es decir, la creencia en Dios o la observancia de algunos ritos.
Sin embargo, y aún con sus diferencias, tanto Rabi Akiva como Shimon ben Azai comprenden que la Torá (y yo diría la experiencia religiosa) nos habla fundamentalmente de nuestra preocupación por la dignidad humana y el respeto por cada criatura.
La elección de ambos versículos da testimonio de que la manera apropiada de canalizar nuestro vínculo con Dios es a través de la forma responsable, solidaria y comprometida con la que debemos actuar en relación con cada persona, ya sea por amor (Rabi Akiva) o por ser criaturas divinas (Ben Azai).
Uno de los fenómenos que lamentablemente caracteriza nuestros tiempos es la disociación entre religión y ética. Limitar la religiosidad solo a cuestiones de ritual y liturgia constituye una tergiversación de su sentido primigenio. Ambos sabios nos recuerdan lo que para mí constituye un principio fundamental: La esencia de nuestra fe se expresa más en la forma en que nos comportamos cotidianamente con nuestros semejantes que en nuestra relación con lo divino. En palabras más sencillas, no existe el amor a Dios sino por medio del amor a sus criaturas.
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