Permítanme comenzar con un toque de humor, un chiste que encontré en una página de humor judío: Cuatro rabinos se reunían a conversar de cuestiones legales y a la hora de tomar decisiones, tres de ellos estaban siempre de acuerdo, en contra del cuarto. Un día, el rabino incomprendido, cansado de perder siempre 3 a 1 en las disputas, se dirige a Dios frente a sus colegas:
- ¡Oh Dios! Yo sé que tengo la razón, muéstranos un signo para que vean que mi interpretación es la correcta. Y apenas termina de hablar, en el cielo, que hasta entonces había estado soleado, aparece una nube tormentosa, y un rayo cae a los pies de los cuatro rabinos.
- ¡Un signo de Dios! ¡Lo sabía, yo tengo razón!
El rabino mayor se mantiene impasible y le contesta: No importa, somos tres contra dos, seguimos siendo mayoría…
Lo más simpático, al menos para mí, de este chiste, es que está basado en una historia del Talmud, cuando los sabios (la mayoría) discuten con Rabí Eliezer (la opinión solitaria), sobre la pureza de un tipo particular de horno.

Convencido de sus razones, Rabí Eliezer invoca el testimonio de un árbol (que levanta sus raíces y se traslada), de las aguas (la catarata empieza a fluir hacia arriba), y de las paredes de la casa de estudios (que comienzan a tambalearse). Desesperado ante la negativa de los sabios de aceptar esas pruebas, el maestro solitario juega su última carta: pide la intervención divina.
Y nos relata el Talmud: “Salió una voz divina y dijo: ¿Qué tienen ustedes contra Rabí Eliezer? La ley es como él la establece en todas partes.” Se paró Rabí Josué y le respondió citando el versículo bíblico: “(La Torá) No está en el cielo” (Deut. 30:12).
Y en la continuación del texto, se nos explica el significado de la cita: la Torá ya nos fue entregada en el monte Sinaí, ya no nos regimos por la voz divina, pues así está escrito en la Torá (Ex. 23:2): “Seguirás a la mayoría.”
Valiosa lección
Tengo un cariño especial por este relato, ya que fue el primer texto talmúdico que estudié en la escuela secundaria. Debo confesar que aquella experiencia con este pasaje no fue del todo positiva. Fruto de la inmadurez y la rebeldía propia de la edad, recuerdo que, junto con mis compañeros, miramos con desdén el relato, cuestionando los aspectos surrealistas sin apreciar la profundidad del mensaje. Nuestra obtusa crítica a las formas nos impidió ver la trascendencia de la enseñanza.
Fue años más tarde, al volver a estudiarlo cuando descubrí la valiosa lección que nos lega: la Torá no está en el cielo, está aquí, con nosotros y debe ser parte de nosotros. Para lograrlo hace falta estudio y compromiso; es necesario aprender a escuchar las interpretaciones de nuestros maestros, y encontrar allí la guía que nos lleve a construir nuestras propias respuestas.
Debemos ser capaces de recrear la experiencia reveladora en el monte Sinaí, para recibir nosotros la Torá y hacerla propia.
El Talmud cierra el relato con una fina nota de humor, acorde al espíritu fantástico de toda la historia: Le preguntó al profeta Elías “¿Cómo reaccionó Dios en ese momento (cuando Rabí Josué contestó ‘No está en el cielo’)?”
Le respondió: “Sonrió y dijo: Me vencieron mis hijos, me vencieron mis hijos.”