Estamos atravesando tiempos de mucha convulsión social en nuestro país. Intentando mirar más allá de lo coyuntural, vale la pena preguntarnos como sociedad si podremos aprovechar la crisis y convertirla en oportunidad.
Les confieso que tengo días más optimistas y otros no tanto. Es que escucho reclamos de todas las partes en conflicto y ninguno está dispuesto a reconocer primero sus propios errores. Y como todos sabemos, para realizar cualquier cambio, hay que comenzar por uno mismo. Son nuestras acciones como individuos las que van a sentar las bases para generar modificaciones en las conductas del colectivo.
Posiblemente con ese espíritu, Maimónides, el gran filósofo judeo-español de la edad media, enseñaba que cada persona debería actuar como si estuviera en un equilibrio perfecto entre el bien y el mal y su próxima acción inclinara la balanza. Más aún, afirmaba el pensador, como si todo el mundo estuviera en equilibrio perfecto y de su decisión dependiera el destino de toda la humanidad.
Desde la perspectiva religiosa, el asumir el compromiso de tratar de perfeccionarnos, así como nuestra férrea voluntad por ser mejores personas nos hace socios de Dios en el proceso de la creación.

Cuando nos sentimos abrumados por la situación, cuando la frustración por el (no) funcionamiento del “sistema” se adueña de nosotros, cuando creemos que nada vale la pena y cuando pensamos que ya no hay nada por hacer, debemos mirar la ecuación en sentido inverso y comenzar por nosotros.
No es posible intentar cambiar el mundo sin comenzar por cambiar nosotros, sin que yo me cambie a mí y sin que tú te cambies a ti. Y cambiarse a uno requiere de un gran esfuerzo.
Lo bueno, es que, si logramos tener éxito en esa difícil tarea, si cada uno logra mejorarse así mismo quién sabe, quizás Maimónides tenga razón y seremos capaces de mejorar nuestra familia, nuestros amigos, nuestras sociedades y sin darnos cuenta, casi sin desearlo, podremos construir el mundo que deseamos y que nos merecemos.
Cambiarnos a nosotros para así cambiar el mundo, de eso se trata, ni más ni menos.
Como lo enseña este bello relato:
Un niño viajaba en el tren con su papá y lo interrumpía a cada rato con sus preguntas, impidiéndole disfrutar de la lectura de su revista favorita. Finalmente, el padre deseoso de entretener al niño se da cuenta que en la revista aparece un mapa del mundo; lo corta en pedacitos y se lo da al niño diciéndole que es un rompecabezas y que tenía que armarlo. Feliz, se acomoda en su asiento, seguro de que su hijo estará entretenido casi todo el trayecto y él podría disfrutar de su revista.
Sin embargo, apenas había comenzado a leer de nuevo cuando el niño exclama: ¡Ya terminé!
¡Imposible! - dice el papá - ¡no lo puedo creer! - ¿Cómo pudiste hacerlo tan pronto?
Pero ahí estaba el mapa del mundo, perfecto. Entonces le pregunta el papá: Dime, ¿Cómo pudiste armar el mundo tan rápido?
Y el hijo le contesta: -Yo no me fijé en el mundo, del otro lado de la hoja estaba la figura de un hombre; fue muy fácil, compuse al hombre y el mundo quedó arreglado.