La maestra conversa con sus pequeños alumnos sobre los Diez Mandamientos. Después de explicar el quinto, “Honra a tu padre y a tu madre,” uno de los niños pregunta: “¿Y cuál de los Mandamientos habla sobre los hermanos?”. Inmediatamente otro niño responde: “No Matarás”.
Este viejo chiste se vuelve menos gracioso al confrontar el relato de Caín y Abel, los primeros hermanos de la historia, que culmina trágicamente con el asesinato del segundo a manos del primero.
Caín y Abel, las primeras criaturas humanas creadas por otros seres humanos, resultan incapaces de convivir. Hijos de los mismos padres, no pueden compartir el presente y, ¡vaya paradoja!, se convierten en socios inseparables de su destino; uno como asesino y el otro como asesinado; uno enterrado y el otro desterrado. Opuestos en vida, son protagonistas del primer fratricidio y para la posteridad, ambos están indisolublemente unidos en la tragedia.
No hay Caín sin Abel, ni Abel sin Caín.
En los primeros ocho versículos (Génesis cap. 4) se resume la tragedia de toda una vida de desencuentros. Ante lo escueto del relato, las interrogantes proliferan. Sorprende la ausencia de los padres, quizás sumidos en la sombra de sus propios fracasos, y la manipulación divina, exacerbando los celos y la competencia entre los hermanos.
Pero, la pregunta que sobresale, y que el texto no responde, es la más obvia: ¿Por qué Caín mató a Abel?
Podemos buscar la respuesta en la interpretación rabínica. Allí los sabios, profundos conocedores de la experiencia humana, afirman que al salir al campo, Caín y Abel tuvieron una fuerte discusión que terminó en asesinato, y dan tres motivos posibles de disputa.
El primero es económico. Caín era dueño de la tierra y Abel del ganado. Cada uno quería imponer su dominio sobre el otro. Hay quienes ven en la lucha de los hermanos un resabio de la tensión entre clanes nómadas ganaderos, representados por Abel, y clanes sedentarios dedicados a la agricultura, identificados con Caín.
La segunda razón es de tipo religioso-político. Imaginando ya su herencia, la mitad del mundo para cada uno, la disputa surge sobre el lugar donde sería establecido el Templo de Jerusalem. “En mi territorio se va a construir”, proclama cada uno de los hermanos como antesala al desenlace fatal.
La tercera razón, disputaban por una mujer. Para algunos se trataba de la primera Eva (haciendo referencia a la parte femenina de la primera criatura del capítulo 1 del Génesis, diferente a la Eva que aparece en el capítulo siguiente creada de la costilla de Adán). Para otros, reñían por el amor de una hermana melliza de Abel (otra interpretación, una larga historia), a tal punto que estaban dispuestos a matar por ella.
Esta exégesis (interpretación) encierra vastas enseñanzas. Cuántas veces vemos a hermanos inmersos en una permanente relación de amor y celos, de competencia y antagonismo, ya sea por dinero, por imponer su visión de las cosas o por el amor y el reconocimiento de otros.
Cuántas familias han quedado desgarradas por peleas fraternas en donde se potencian los temores y la desconfianza. Cuántos hermanos han dejado de hablarse debido a que la rivalidad derrota a la concordia. En ese instante ya no hay ni inocentes ni culpables. Caín mató a Abel, pero si Abel hubiera matado a su hermano, ¿cuál sería la diferencia?
En el capítulo siguiente dice la Torá (Gén. 5:1-3): “Este es el libro de las generaciones de Adán... y vivió Adán ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y llamó su nombre Set.”
¿Dónde están Caín y Abel que no son mencionados? Enceguecidos por el odio y la muerte quedaron marginados de la historia. Enorme lección, desde entonces y hasta hoy, para hermanos, hijos y padres.