Una de las más conocidas historias bíblicas es la que narra el intento de construir la torra de Babel. El relato abarca apenas 9 versículos, los primeros 4 narran la iniciativa de los seres humanos de construir una ciudad y una torre que llegue al cielo en el valle de Shinar (Babilonia) y los últimos 5 describen la intervención divina que frustra el proyecto mediante la confusión de sus lenguas y su posterior dispersión.
El texto no menciona cuál fue el pecado de aquella gente. La interpretación de los sabios nos dice que, al realizar el proyecto, los constructores valoraban más los ladrillos que las vidas humanas: “Si un hombre se caía y se mataba, nadie lo sentía; pero si se caía un ladrillo se sentaban a llorar y se lamentaban: ¡Ay de nosotros, cuándo subirá otro en su lugar!”.
La referencia a los ladrillos no es un detalle menor. El mundo bíblico centrado en la tierra de Israel utiliza las piedras para construir. La palabra piedra aparece 250 veces en la Biblia hebrea, mientras que los ladrillos son mencionados en dos oportunidades: La torre de Babel y la esclavitud de los israelitas en Egipto.
Hay una clara conexión entre ambas historias, no solo textual por el uso del ladrillo, sino además valorativa. Tanto en Babel como en Egipto el ladrillo tiene una connotación negativa, representa el instrumento que muestra la soberbia del poderoso.
Y eso nos puede llevar a una reflexión más profunda. A diferencia de la piedra, creada por Dios, el ladrillo es producido por el ser humano. Cada piedra tiene su propia forma y particularidad, lo significativo de los ladrillos es su homogeneidad, el hecho de ser todos iguales. Aquí encontramos un dato significativo: El uso del ladrillo por parte de los constructores de la torre, pareciera ser su forma de concebir un mundo en el que todos somos iguales.
Un antiguo dicho hebreo dice “medida por medida”, y que tiene su semejanza en español con el conocido “le pagó con la misma moneda”. Aplicado a nuestro relato podríamos pensar que el castigo divino (la confusión de lenguas y la dispersión) podría ser la respuesta al intento homogeneizador de los constructores de la torre.
Desde esta perspectiva, la grave falta de aquella generación fue aspirar a la uniformidad de la especie humana; Que todos sean iguales, que hablen igual, que piensen lo mismo y que actúen de idéntica manera. Siguiendo esta línea de análisis, los ladrillos de nuestro relato no son sólo un medio de construcción física, sino una metáfora de la construcción social. Ladrillos idénticos para la torre, personas idénticas para la sociedad.
La drástica decisión de Dios de intervenir da la pauta de la gravedad de la amenaza. Un mundo uniforme, homogéneo y monótono es exactamente lo contrario al plan divino.
El pluralismo idiomático y la dispersión geográfica, ambas como expresión de la diversidad cultural, política y religiosa, no debe verse como un castigo, sino como una afirmación de la convicción divina de convocarnos a edificar un mundo en donde la variedad y la heterogeneidad enriquezcan las distintas perspectivas.
Seamos piedras y no ladrillos. Apreciemos a cada ser humano y su particularidad, y aprendamos a celebrar las diferencias.
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