Uno de los personajes bíblicos más detestables es Kóraj (en español lo llaman Coré pero les confieso que prefiero el original hebreo), primo hermano de Moisés y Aharón y un ejemplo de político demagogo y rastrero. En la Torá se nos relata como Kóraj, seguido por los lideres de la tribu de Rubén y otros 250 dirigentes, lleva adelante una sublevación contra sus primos que ejercían el liderazgo político y religioso del pueblo.
El dramático final de la historia, con los rebeldes “tragados” vivos por la tierra, hace famosa la historia y en él se despunta la imagen de su protagonista que en el mundo posbíblico alcanza la categoría de “archivillano” (palabra que utilizo a pesar de no figurar en el diccionario de la RAE) al convertirlo en una figura infame, perversa y corrupta.
Flavio Josefo (Siglo I EC) afirma que Kóraj era un hombre adinerado con gran oratoria y poder de persuasión. Trepador y muy envidioso. El Talmud lo define como un nuevo rico que descubrió uno de los tesoros de José y el Midrash - la interpretación rabínica - lo presenta como un sagaz conocedor de los vericuetos legales que los esgrime para tergiversar la verdad. En ladino (idioma judeo-español antiguo que hablaban los judíos expulsados de España en el siglo XV) cuando alguien dice “aserze Kóraj” significa adquirir rápidamente una fortuna de dudoso origen.
¿Cuál es la razón para considerar a Kóraj una personalidad tan nefasta?
Quizás en el planteo que hace podamos encontrar alguna respuesta: “Toda la comunidad entera, todos ellos están consagrados y Dios está en medio de ellos. ¿Por qué, pues, os encumbráis por encima de la asamblea de Dios? (Nm 16:3).
El ataque de Kóraj va dirigido contra los líderes. Podemos imaginarlo arengando a la masa: “Si, como dijo Dios (Ex 19:6) Israel es un reino de sacerdotes y una nación santa, ¿por qué hay quien se considera más santos que los demás?” A primera vista la propuesta resulta atractiva. Todos somos santos, por lo tanto, no necesitamos dirigentes. El pueblo es tan inteligente que las figuras de Moisés y Aharon son innecesarias.
Sin embargo, la deslegitimación de las personas y de sus funciones es el primer paso de Kóraj. Quiere sembrar el caos. Y si lo logra, podrá cumplir su objetivo: presentarse ante el pueblo como el salvador y asumir la función de líder, la misma función que proclamaba innecesaria. Pareciera ser que la crítica demagógica de Kóraj era su estrategia para asumir el poder. En su llamado a la igualdad se escondía su ambición. De haber tenido éxito, la rebelión de Kóraj hubiera sido una más, de tantas revoluciones en la historia humana, traicionadas por sus propios instigadores.
En resumidas cuentas, aquel que abrió su boca y pretendió utilizar al pueblo para alcanzar su propio beneficio quedó condenado. La tierra abrió su boca y se lo tragó. Peor aún, ese mismo pueblo lo convirtió en un archivillano.
Sin embargo, estemos atentos. A Kóraj se lo tragó la tierra, pero la demagogia sigue aquí, en la superficie, y muy activa.