En estos tiempos, liderar con principios sólidos como la integridad, la justicia, la responsabilidad y el respeto por la dignidad humana no es solo deseable: es urgente. El liderazgo ético ya no puede postergarse. Es momento de alzar la voz y mirar con valentía lo que ocurre en los espacios de poder, tanto en el ámbito público como en el privado, donde persiste una práctica silenciosa pero corrosiva: favorecer a los más cercanos. Este patrón, cada vez más frecuente, erosiona el tejido humano de las organizaciones. Los llamados “círculos cero” o entornos de confianza cerrada terminan beneficiando a unos pocos, mientras el resto se siente ignorado, excluido, desvalorizado.
Hacemos un llamado a la reflexión a quienes hoy tienen poder de decisión. Que esta práctica tan común como silenciosa no se riegue como pólvora, porque quienes menos tienen aún guardan la esperanza de que vendrán tiempos mejores. Muchos albergan en su corazón la ilusión de que también serán reconocidos por su esfuerzo, su ética y sus competencias.

Una de las teorías que más me inspira es la Teoría de la Equidad de John Stacey Adams, que nos recuerda que las personas evalúan lo que aportan en función de lo que reciben, y lo comparan con lo que otros obtienen. Cuando esa balanza se inclina cuando unos pocos acumulan privilegios y recursos mientras la mayoría sostiene el sistema desde las sombras, surge una respuesta emocional intensa: frustración, enojo, tristeza, desconfianza. La injusticia, aunque no se mencione, se siente. Y cuando se siente, transforma el clima, la cultura y el corazón de cualquier organización.
Este artículo no busca señalar a personas, sino invitar a reflexionar sobre conductas que se repiten y se normalizan. No pretende confrontar, sino abrir un espacio para la conciencia crítica. El poder, cuando se utiliza para cerrar puertas, beneficiar a unos pocos y silenciar al resto, deja de ser liderazgo y se convierte en un privilegio mal ejercido. En cambio, cuando el poder se pone al servicio de todos, se transforma en un legado.
En muchos entornos, el favoritismo y los círculos cerrados se disfrazan de eficiencia. Pero en realidad, excluyen, dividen y desgastan. Cuando el camino es amplio para unos y estrecho para otros, se instala la resignación, el resentimiento y la desconexión. Las personas dejan de creer, de confiar, de esforzarse. Y sin confianza, no hay equipo que florezca ni institución que se mantenga en pie.
A quienes están al mando en el Estado, en instituciones, en empresas o en cualquier espacio de influencia este es un llamado: Que su legado no se mida únicamente en cifras o discursos, sino en cómo hicieron sentir a quienes los rodean.Porque el verdadero liderazgo no excluye, no divide, ni favorece.
El verdadero liderazgo honra. Y en esa honra, florece lo mejor de una sociedad.



