Emprender en Panamá no es simplemente una decisión económica o profesional: es un acto de fe. Una fe que se construye sobre terreno inestable, en un entorno donde la incertidumbre es la regla y las posibilidades son el único combustible real. Ser emprendedor en este país no es para los que buscan comodidad; es para los valientes que, a pesar de todo, creen que pueden ser el cambio que necesitan ver.
Aquí, emprender no solo implica tener una idea o un capital inicial. Implica renovarse todos los días, inspirarse cuando el entorno desmotiva, educarse constantemente en un sistema que no lo facilita, ser resiliente cuando la vida golpea y, sobre todo, ser constante, incluso cuando no hay resultados inmediatos. El emprendedor panameño se convierte en su propio motor, en su propia batería emocional, porque no siempre hay redes de apoyo, ni condiciones óptimas, ni un gobierno que lo impulse.
La realidad económica panameña es cada vez más cruda. El cliente ya no objeta por gusto, lo hace por necesidad. Hoy no se trata de convencer a alguien que duda, sino de comprender a alguien que no puede. Hay deseo de consumir, pero no hay capacidad. Hay emoción por apoyar lo local, pero no hay presupuesto. Es una paradoja cruel: hay talento, hay ganas, pero no hay condiciones.

Y mientras tanto, los gobernantes parecen caminar en dirección contraria. Se enfocan en agendas aisladas, desvinculadas de los verdaderos problemas que afectan a la mayoría: el alto costo de la vida, la inseguridad, la falta de inversión extranjera, la creciente tasa de desempleo, y la ausencia de incentivos reales y palpables para los micro y pequeños empresarios, quienes representan más del 85% de la fuerza productiva nacional.
Hoy, muchos emprendedores están mirando hacia nuevos horizontes. Están explorando mercados internacionales, buscando clientes en el extranjero, adaptando sus servicios a modelos de exportación digital o física. Porque en Panamá, cada vez más comercios cierran sus puertas o se mudan a locales más pequeños, más baratos, más viables. Es una señal clara de que el modelo actual no es sostenible.
Los gobernantes deben entender que no se puede gobernar desde la imposición ni desde la indiferencia. Es urgente crear espacios de diálogo con todos los sectores, especialmente con quienes sostienen la economía desde abajo. Es hora de consensuar, de escuchar, de legislar para apoyar y no solo para controlar. Hay que devolverle la esperanza al país, devolverle la paz a este pueblo que no solo lucha, sino que resiste.
Ojalá que todo esto sea solo una pesadilla temporal. Ojalá podamos, como dice nuestro himno nacional, “alcanzar por fin la victoria”. Porque el emprendedor panameño lo merece. Porque Panamá lo necesita.