La paradoja del profeta Jonás
Me preguntaron hace poco cual es mi libro favorito de la Biblia hebrea y sin dudarlo respondí Jonás. Tengo fascinación por el personaje, posiblemente el más parecido a nosotros de todos los profetas.
Encontrar el libro de Jonás en la Biblia hebrea no es una tarea sencilla. Su ubicación no muy privilegiada, es el 5° de los 12 profetas menores, y su escasa extensión, sólo 4 capítulos, 48 versículos en total, hacen que para el lector poco familiarizado con el texto pase casi desapercibido.
Sin embargo, basta con leer al azar dos o tres versículos, para sentirse inmediatamente atrapado por un relato apasionante, con ribetes de aventura infantil, pero con profundos contenidos teológicos. Si nunca leyó la historia bíblica (no cuentan los libros para niños) lo invito a hacerlo.
Los sabios de la época talmúdica establecieron que el libro de Jonás sea leído en la sinagoga casi al final de Yom Kipur, el día del perdón, el día más sagrado del año.
Algunos comentaristas sugieren que la razón de esta elección radica en que el arrepentimiento de los ninivitas nos sirva de ejemplo. El texto relata como el profeta anuncia la inminente destrucción de Nínive a causa de sus faltas, pero el rey decreta ayuno y arrepentimiento y finalmente Dios los perdona.
Pero antes de profetizar, Jonás había pretendido escaparse y en vez de ir a Nínive tomó un barco hacia Tarsis en el otro extremo del mundo conocido en aquella época. La intervención divina haciendo zozobrar el barco y recatando a Jonás de las fauces del gran pez (una imagen que tomó el autor de Pinocho) lo encaminan irremediablemente a cumplir el encargo divino.
Jonás quiso escaparse para evitar enfrentar la paradoja de su misión. Debía anunciar la destrucción de Nínive. Si esto ocurría y no se cumplía el verdadero propósito que era el arrepentimiento de los ninivitas, entonces él, como individuo, triunfaría, pues su profecía será verdadera (destrucción de la ciudad) y los malvados sufrirán su merecido castigo.
Pero si alcanzaba su objetivo y lograba el arrepentimiento de los habitantes de Nínive, quedaba como un falso profeta que había anunciado una profecía (la destrucción) que no se cumpliría.
El final del libro encuentra a Jonás enojado con Dios pues aceptó el arrepentimiento de los ninivitas y pide a Dios que le quite la vida.
Para colmo, el árbol que le da sombra se seca y lo deja desprotegido. Y entonces Jonás pide misericordia. El mismo Jonás que era un acérrimo defensor de la justicia (cuando es para otros) resulta que ahora pide compasión para él y para el árbol que lo protegía.
La respuesta de Dios en forma de pregunta retórica define la dinámica del relato. La tensión entre la justicia y la misericordia divinas que acompaña toda la narración queda resuelta al expresar la preocupación de Dios por sus criaturas (incluidos los animales) dejándonos a nosotros una poderosa lección sobre cómo debemos actuar con magnanimidad y altruismo a la hora de juzgar a nuestros semejantes.
Jonás resulta ser un anti-profeta. Pretende escaparse de Dios, tiene éxito en su misión y se siente un fracasado y es incapaz de deleitarse con el arrepentimiento de un pueblo entero. Quizás por eso nos resulta seductor.
Y también porque nos identificamos con sus dilemas y paradojas. Queremos escaparnos de nuestras responsabilidades y enfrentamos decisiones en donde debemos elegir entre nuestro prestigio y el bien común.
Más aún, como Jonás tenemos una doble vara: somos severos a la hora de juzgar a los otros y exigimos magnanimidad cuando somos nosotros los juzgados.
Me fascina el libro de Jonás. Parece un cuento infantil, pero encierra verdades que nos sacuden.



