El Jasidismo fue un movimiento místico popular en el seno del judaísmo que se desarrolló en Europa Oriental a partir del siglo XVIII y tuvo como premisa fundante el servir a Dios con alegría. Dejar a un lado el intelecto y la erudición para entregarse con pasión y entusiasmo a las prácticas de la tradición judía.
Con el objetivo de que sus enseñanzas sean accesibles a las masas (gente muy humilde, trabajadora y con poca formación) utilizaban los cuentos como recurso. El acervo de relatos jasídicos es impresionante. Muchas de sus narraciones son originales y otras es posible encontrarlas como parte del folclore de otras culturas, pues tal como ocurre hoy, las buenas historias no conocen de fronteras.
Permítanme compartirle una de esas historias maravillosas, que a pesar de su sencillez (o quizás gracias a ella) encierra bellas y profundas enseñanzas.
En Cracovia había un rabino llamado Eizik ben Jekl (Isaac hijo de Jacobo sería su nombre en un documento oficial si hubiera vivido aquí y no en Europa Oriental donde los judíos hablaban el Yiddish y les gustaba usar diminutivos para los nombres)
Y este rabino soñó que debía ir a la gran ciudad de Praga y excavar bajo el puente que conduce al palacio real pues allí encontraría un gran tesoro escondido para él. Y como el sueño se repitió en varias oportunidades, decidió tomarlo en serio y se dirigió a pie hasta Praga (que son más de 500 kilómetros).
Al llegar al puente vio allí a los guardias del rey que vigilaban la zona así que lo único que hizo fue caminar una y otra vez esperando la oportunidad para excavar. El jefe de la guardia comenzó a sospechar del rabino y finalmente lo mandó llamar para preguntar la razón de su extraña conducta. Y el rabino le contó su sueño.
El oficial del rey comenzó a reírse. “¿De verdad has venido hasta aquí por un sueño?” ¡Qué cosa tan absurda! Si fuera así también yo debería haber marchado a Cracovia pues sueño a cada rato que allí en la casa de un judío llamado Eizik ben Jekl, bajo la estufa, se esconde un gran tesoro.” Y continuó riendo sin cesar.
Cuando Eizik Ben Jekl escuchó aquellas palabras, decidió regresar velozmente a su casa. Apenas llegó, comenzó a cavar alrededor de la estufa y cuál fue su sorpresa al descubrir que allí había enterrado un gran tesoro.
Sin duda se trata de una bella historia con una gran enseñanza. Soñamos siempre con encontrar grandes tesoros y los buscamos bien lejos de donde estamos sin darnos cuenta de que están tan cerca nuestro. Y es necesario que aparezca otra persona, generalmente un extraño para hacernos ver lo evidente.
Y yo agregaría otra valiosa lección que nos deja este relato. A veces es indispensable salir y alejarnos un poco para poder descubrir los tesoros que tenemos a nuestro alrededor. Si el rabino Eizik Ben Jekl no hubiese ido a Praga, posiblemente el tesoro seguiría escondido bajo la estufa de su casa.