Camino por la sala central del museo del Prado en Madrid y se presentan uno a lado del otro, dos cuadros casi idénticos que llevan por título “Adán y Eva” con la escena bíblica de la primera pareja humana en el paraíso a punto de comer el fruto del árbol prohibido. En ambos cuadros surge a la vista que se trata de una manzana. Tremenda injusticia.
La primera obra es del año 1550 y pertenece a Tiziano, pintor italiano del renacimiento. La segunda, es una “copia” realizada por Rubens, pintor barroco de la escuela flamenca, unos 80 años después, como muestra de admiración.
A los ojos sensibles de los conocedores (no es mi caso) se pueden apreciar sutiles diferencias entre ambas obras, una especie de diálogo entre dos grandes artistas. Ante los míos, emerge la confirmación de un error histórico contra un fruto tan noble como es la manzana.
El libro de Génesis menciona la prohibición divina de comer del árbol de la vida eterna y del árbol del conocimiento. En ningún caso menciona la manzana ni específica de qué fruto se trata. (Si no me cree, relea los capítulos 2 y 3).
Los sabios judíos, leyendo con detenimiento el pasaje bíblico en cuestión, proponen distintas alternativas para saber cuál fue el fruto del árbol del bien y del mal que ingirieron Adán y Eva. Así, sugieren que podría haber sido el higo (al reconocerse desnudos se visten con hojas de higuera), el trigo (el castigo para el hombre fue comer el “pan” con el sudor de su frente), las uvas (cuando no, la culpa es del vino) y el Etrog, una especie de cítrico emparentado con la lima, cuyo árbol es hermoso, como dice literalmente la Biblia al referirse al árbol prohibido.

Otros intérpretes, de manera más creativa, afirman que podría haber sido la nuez (por eso de la nuez de Adán que tenemos los hombres) o incluso el plátano o banano, cuyo nombre científico es Musa paradisiaca y al que popularmente se le conoce como el “higo de Adán” o la “manzana del paraíso”. Qué diferentes serían las pinturas medievales con cualquiera de estos frutos en lugar de una manzana.
Hablando de la manzana, parece ser que se asocia al fruto prohibido por una confusión en la traducción al latín. La palabra “mal” (del árbol del bien y del mal) es “Malum”, que también significa manzana. Por otra parte, sabrosa, redonda y roja (¿el color de la transgresión?) resulta atractiva para ilustrar las pinturas y su sola presencia pareciera evidenciar la escena pecaminosa. Sin embargo, en honor a la verdad, debemos defender la inocencia de la manzana.
No sabemos qué fruta comieron Adán y Eva en el Jardín del Edén. Me gusta pensar que el texto bíblico no haya identificado el fruto prohibido para evitar culpar a una fruta específica de los males del mundo. Y si bien debemos vivir con esa incertidumbre, para compensar podemos disfrutar sin culpa de una deliciosa manzana.