El debate sobre una posible intervención de Estados Unidos en Panamá genera diversas opiniones. En medio de una realidad marcada por la corrupción, el clientelismo y la falta de eficiencia estatal, algunos sectores consideran que una solución externa podría traer orden y progreso económico.
La ilusión de los beneficios
Se plantea que, bajo una intervención o un modelo similar al de Puerto Rico, Panamá podría acceder a salarios norteamericanos, ciudadanía estadounidense, libre tránsito internacional sin necesidad de visa y una política migratoria más severa. Desde esa perspectiva, los problemas estructurales del país parecerían tener una solución rápida.
Sin embargo, este enfoque ignora una dimensión histórica y cultural profunda: la pérdida de soberanía conlleva la renuncia a la autodeterminación y a la identidad nacional.
La memoria histórica como advertencia
La historia panameña está marcada por la intervención estadounidense, especialmente durante la administración del Canal de Panamá. En ese periodo, los panameños fueron objeto de discriminación y exclusión. No podían entrar a la Zona del Canal, recibían salarios inferiores y eran tratados como ciudadanos de segunda clase.
Uno de los eventos más representativos de esta lucha por la soberanía fue el 9 de enero de 1964, cuando estudiantes panameños fueron reprimidos por intentar izar su bandera en zona canalera. Este hecho provocó un despertar nacional que aún resuena como símbolo de dignidad y resistencia.
El caso de Puerto Rico
Puerto Rico representa hoy un ejemplo de las consecuencias de ceder soberanía a cambio de supuestos beneficios. A pesar de tener ciudadanía estadounidense, muchos puertorriqueños carecen de representación plena, enfrentan restricciones legales y viven situaciones de desigualdad frente al resto del país norteamericano. Las promesas de prosperidad han sido, en muchos casos, sustituidas por dependencia y discriminación.
Conclusión
Panamá no necesita una intervención externa. Requiere una transformación profunda y sostenida desde dentro: fortalecer sus instituciones, promover la transparencia, y construir un proyecto de nación con justicia y participación ciudadana. Ceder soberanía no es la solución, es una renuncia peligrosa al derecho a decidir nuestro propio destino.
La soberanía no se mide en dólares, se mide en dignidad. Y esa dignidad, Panamá ya la defendió una vez. No se trata de repetir errores del pasado, sino de aprender de ellos para forjar un mejor futuro.