Con estas palabras comienza la canción más famosa de Janucá, “Ocho Kandelikas”, haciendo referencia a un elemento central de la celebración: las velas. Escrita en ladino, el antiguo dialecto judeoespañol que los sefaraditas se llevaron tras la expulsión de la península ibérica a finales del siglo XV, se pueden encontrar decenas de versiones distintas de esta pegadiza canción (una de mis favoritas es la que entona el coro Kol Haneshamá de la congregación Kol Shearith Israel, la pueden ver en nuestro canal de Youtube)
“Januca linda sta aki, ocho Kandelas para mi”
El ritual central de la fiesta de Janucá es el encendido de las velas. Comenzando la primera noche con una vela, se va añadiendo una más cada día, hasta llegar a 8 la jornada final de la celebración. La Janukía, el candelabro de Janucá que tiene nueve brazos (hay una vela adicional que se usa para encender las otras) debe colocarse junto a la ventana ya que el objetivo de la luz de las velas es “difundir el milagro”, por lo cual no pueden ser usadas para iluminar.
El relato de los acontecimientos históricos de Janucá, la recuperación y purificación del Templo de Jerusalem aparece narrado en los libros Macabeos I y II (dos libros diferentes que no forman parte del canon bíblico judío). Allí se nos cuenta la gesta de un pequeño grupo periférico que con apoyo popular y mediante una guerra de guerrillas logra derrotar a las poderosas fuerzas helenizantes, que habían profanado el sagrado Templo y querían impedir la práctica del judaísmo.
El milagro que hay que difundir por medio de las velas aparece relatado en el Talmud, esa gran enciclopedia de sabiduría judía. Tras recuperar el control del Templo, los macabeos proceden a su purificación para reinaugurarlo (la palabra Janucá significa “inauguración”) el día 25 del mes de Kislev, y allí se nos cuenta que al querer encender la Menorá (el candelabro de siete brazos que había en el Templo) los macabeos encontraron solo una vasija de aceite puro que apenas alcanzaba para un día - y necesitaban que dure una semana más, hasta poder conseguir nuevo aceite –pero “un gran milagro ocurrió allí” y el aceite fue suficiente para los 8 días permitiendo que la Menorá permaneciera siempre encendida. Por esa razón, la celebración de Janucá se prolonga por ocho días y por eso la importancia de encender velas cada noche.
La luz de Janucá que va creciendo noche tras noche es testimonio de la fortaleza que surge de la fe. Las kandelikas que “difunden el milagro”, refuerzan nuestra identidad y nuestro compromiso con la plena realización espiritual de cada ser humano.
En estos tiempos de tanta oscuridad, encender las velas de Janucá es un acto de rebeldía espiritual. Es una afirmación de la vida y de trabajar juntos por el desarrollo de nuestro potencial como individuos y como sociedad, en palabras del profeta Zacarìas (4:6) cuando visualizó en su sueño la Menorá del Templo: “No por el poder ni por la fuerza, sino por mi Espíritu - dice Dios.”
Traigamos luz al mundo.
¡Jag Haurim Sameaj, feliz fiesta de las luces, feliz Janucá!