Desde el anochecer de este viernes 15 de abril y durante 8 días, el pueblo judío celebra la fiesta de Pesaj, la Pascua, que conmemora la liberación de los israelitas de la esclavitud en Egipto, tal como lo relató la Biblia en el libro de Éxodo.
La coincidencia del nombre con la Pascua cristiana y la cercanía con la fecha de la Semana Santa no es casualidad. Tal como relatan los propios Evangelios sinópticos, la última cena de Jesús y sus discípulos fue un Séder de Pesaj.
La Torá (el Pentateuco) nos enseña que la palabra Pésaj significa “saltear” y se refiere al salto sobre las casas israelitas durante la décima y última plaga (la muerte de los primogénitos) en Egipto.
Durante toda la fiesta está prohibido comer y poseer alimentos leudados. Por el contrario, tenemos la Matzá, el pan ácimo, una especie de galleta plana, que los israelitas comieron apurados (sin tiempo para que pudiera leudar) antes de salir de Egipto.
La celebración central de la fiesta de Pesaj ocurre en el hogar, las primeras dos noches. Allí se realiza el Séder, la cena ceremonial que viene a cumplir el mandato de contar a nuestros hijos el éxodo, como dice la Torá: “Y le contarás a tu hijo en aquel día diciendo esto es lo que Dios hizo conmigo cuando me sacó de Egipto” (Ex. 13:8).
Sentados alrededor de la mesa familiar se produce el encuentro intergeneracional en donde se revive la historia y se transmite la experiencia de padres a hijos. Así se va forjando la identidad de la nueva generación.
Los hijos de antaño son los padres de hoy, renovando así la milenaria cadena de nuestro pueblo.
Por eso los niños son los grandes protagonistas de la celebración. La tradición se nutre de bendiciones, canciones, relatos y comidas, como recursos pedagógicos para motivar la curiosidad e invitan al cuestionamiento: ¿Por qué esta noche es diferente a todas las demás? Esa es la pregunta clave del Séder.
En el centro de la mesa se coloca un platón con alimentos cargados de simbolismo:
Las hierbas amargas que representan el sufrimiento de la esclavitud, una pata de pollo o cordero que rememora el sacrificio pascual. Un huevo duro evocando la ofrenda vegetal de la fiesta, una verdura verde que nos recuerda que Pesaj es también la fiesta de la primavera y una pasta chocolate llamada Jaroset, que se asemeja a la argamasa que utilizaron los esclavos israelitas para construir las pirámides.
Comenzamos la cena como esclavos, partiendo la Matzá que es el pan de la pobreza, el pan de la aflicción y finalizamos el Séder como hombres libres.
Sentimos la presencia redentora de Dios en la historia, en nuestra historia.
Sin embargo, la celebración de Pesaj no se focaliza solo en el pasado. La redención de Egipto es testimonio de nuestra convicción que habrá una redención futura. Después de comer, abrimos la puerta de nuestro hogar esperando ansiosos la aparición del profeta Elías, aquel que anunciará la llegada del tiempo mesiánico.
Y precisamente esa esperanza mesiánica es la que nos convoca a todos, a la luz de estas Pascuas, a renovar nuestro compromiso de ser constructores de esa anhelada época de paz, justicia y fraternidad entre todos los seres humanos.
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