En Panamá, diciembre es un mes de muchas celebraciones familiares y eso es sinónimo de grandes comidas. Quizás sea una buen ocasión para compartirles los elementos básicos de las leyes de alimentación de la tradición judía, conocida popularmente como “Kosher”.
La palabra Kosher significa apto. La Torá (el Pentateuco) en diversos pasajes - principalmente en Levítico y Deuteronomio, define cuáles son los alimentos permitidos y prohibidos. El Talmud la complementa y así queda incorporada dentro de la ley judía, ocupando un lugar significativo en las normas de observancia hasta nuestros días.
Entre las principales disposiciones se encuentra la prohibición de ingerir sangre, así como de mezclar carne con leche y sus productos derivados (difícil para los fanáticos del cheeseburger); del mar solo se permiten los peces con escamas y aletas (prohibidos los mariscos) y de las aves solo las domésticas.
De los mamíferos solo se permiten aquellos que son rumiantes y tienen la pezuña hendida. Están prohibidos los insectos y los reptiles. Todos los vegetales y las legumbres son Kosher.
Los animales y las aves permitidos deben ser faenados ritualmente por un matarife (Shojet) que conoce las leyes y extiende el certificado de que esa carne es Kosher.
La Torá no menciona la razón de estas normas, por eso, a lo largo de los siglos fueron dadas distintas explicaciones. En tiempos antiguos se pensaba que estas leyes buscaban impedir la interacción social con los integrantes de pueblos vecinos practicantes del paganismo.
En la edad media, algunos pensadores, entre ellos, el gran Maimónides, atribuían a estas disposiciones motivos sanitarios explicando las enfermedades o dificultades que se evitaban mediante la dieta alimenticia judía. (Hasta el día de hoy mucha gente sigue pensando que Kosher es sinónimo de sano).
Otros sostienen que no hay que buscar explicaciones racionales. Esta normativa es lo que se conoce técnicamente cono un edicto divino, cuya comprensión está más allá de la capacidad humana.
Algunos pensadores modernos intentan buscar una interpretación que sea inspiradora.
Mi favorita es la que afirma que hay que entender las leyes de alimentación en el marco de la búsqueda de santidad que nos plantea la Torá. Y así dice el texto bíblico (Levítico 11:44) después de enumerar la lista de animales permitidos y prohibidos: “Yo soy vuestro Dios, así que santifíquense y manténganse santos, porque yo soy santo”.
Para la tradición judía, la santidad se define en nuestra cotidianidad. No en la reflexión lejana, sino en las relaciones de todos los días. Parte de esa búsqueda de santidad radica en controlar nuestros instintos.
A diferencia de otras culturas que promovían o bien la exacerbación de los placeres o su negación, la tradición judía aspiró siempre al equilibrio determinado por la elevación del espíritu sin dejarse dominar por las pasiones.
El acto de comer nos brinda la oportunidad de convertir la satisfacción de una necesidad fisiológica en una experiencia espiritual cuando a diferencia de los animales, no me lanzo sobre la comida, sino que me detengo, me pregunto si puedo o no puedo comer este alimento y recito una bendición para agradecer a Dios, de quien proviene.
A esta bella explicación yo le agregaría que sin duda, la forma que uno come es también un distintivo de su identidad. En mi humilde opinión, es en la sumatoria de ambas (santidad e identidad) en donde radica la relevancia para que esta antigua tradición siga siendo una parte vital de la experiencia judía contemporánea.
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