En las conversaciones cotidianas hay la percepción que existe una suerte de contradicción entre la ciencia y la religión. Se asume que quien es creyente necesariamente priorizará su fe ante cualquier razonamiento, mientras que los científicos rechazarán todo enfoque religioso.
A mi modesto entender creo que es posible ver las cosas de una manera distinta. Este aparente antagonismo está basado en mezclar ambas categorías o de aspirar a encontrar respuestas en el ámbito equivocado.
Tanto la fe como la razón comparten su aspiración por conocer la “Verdad”, pero su área de interés es bien diferente. La pregunta central en el pensamiento científico es “¿cómo?”, mientras que la religión pregunta “¿por qué?”.
El problema surge cuando se pretenden leer los textos sagrados como libros científicos. Por ejemplo, asumir que la descripción de la creación del mundo que plantea el primer capítulo del Génesis (que por cierto es diferente a la del segundo capítulo) debe ser tomada literalmente y considerada una suerte de “teoría”, constituye una distorsión de la inquietud fundamental que plantea el texto bíblico: La razón de la existencia del ser humano y su misión.
Un dato importante en esta misma dirección: Entre instrucciones y reportes, La Torá (El Pentateuco) destina 13 capítulos (Éxodo 25-31 y 35-40) a describir el Tabernáculo, su mobiliario y las vestimentas sacerdotales, mientras que apenas consagra dos capítulos para toda la creación del universo (Génesis 1 y 2). Para nuestro texto sagrado pareciera ser que es más relevante explayarse sobre la relación con Dios (el ritual) que sobre los orígenes del mundo.
Por otro lado, los hombres y mujeres de fe, reconocemos que Dios nos creó con inteligencia y en ese sentido el desarrollo científico da testimonio precisamente de ese don divino que permite al ser humano alcanzar nuevos niveles de conocimiento sobre el origen del mundo y de su propia especie.
Por eso, creo sinceramente que la ciencia y la religión no son contradictorias, por el contrario, ambas se complementan. La religión aporta a la ciencia la visión existencial. El rabino Jonathan Sacks, recientemente fallecido, uno de los más destacados pensadores judíos de nuestros tiempos, afirma que “hay tres preguntas muy importantes para el ser humano que no se pueden responder científicamente: ¿quién soy?, ¿por qué estoy aquí? y ¿cómo debo vivir?”.
Es cierto que a lo largo de los siglos muchas veces privó la intolerancia y el fanatismo en el campo religioso, pero otras tantas, quedó absolutamente claro que la pasión por la Verdad con la que un científico actúa es honrada desde la perspectiva religiosa. Un ejemplo: ni más ni menos que Charles Darwin, el padre de la teoría de la evolución, está enterrado en la Abadía de Westminster.
Si algo aprendimos de la pandemia de la covid-19 es la importancia de la ciencia para dar respuesta a la amenaza (y lo que se ha logrado con las vacunas es verdaderamente asombroso) y la necesidad del aspecto espiritual para brindar esperanza y fortaleza a las personas en estos tiempos tan complejos.
En resumidas cuentas, es a partir de la complementación de la fe y la razón, de la ciencia y la religión, en donde podremos encontrar las respuestas que nos permitirán seguir avanzando en el desarrollo pleno de la experiencia humana.