Como duele el alma al contemplar los sucesos de los que fuimos testigos en estos últimos días. Las imágenes que recorrieron el país (y el mundo) destilaban terror y fanatismo. La protesta convirtiéndose en vandalismo y la represión desbocada intentando apagar el fuego con gasolina. El diálogo es y será siempre el camino adecuado para resolver los conflictos y alcanzar la paz social que tanto anhelamos. Una paz que no puede ser conseguida por medio de la violencia.
Casualidad o no, esta semana leemos en la sinagoga el pasaje de la Torá (Pentateuco) en el cual Dios ofrece a Pinjás, hijo del sumo sacerdote Eleazar un pacto de paz. (Números 25:12) ¿Qué hizo para ser merecedor de ese pacto? Los hombres de Israel estaban participando de un ritual orgiástico con las mujeres de Moav y ese acto pagano fue trasladado al centro del campamento israelita por un príncipe de la tribu de Simeón, y la hija de un destacado líder midianita, Pinjás interviene atravesando a ambos con una lanza.
A simple vista la Torá reconoce su mérito. Su decidido accionar detiene la plaga que costó la vida a 24 mil israelitas. Dios lo recompensa con un Brit Shalom– un Pacto de Paz y le concede a él y a su descendencia el sacerdocio perpetuo.
También el libro de los Salmos (106:30-31) percibe al acto violento de manera positiva: “Pinjás se levantó e hizo justicia, y la plaga se detuvo. Esto se le acreditó como un acto de justicia para siempre, por todas las generaciones.” De igual forma, la revuelta de los Macabeos contra los Seleucidas (en el siglo II AEC) se inicia con un acto violento por parte de Matatías quien “estaba lleno del celo por la ley, como Pinjás…” (I Macabeos 2:26)
Sin embargo, el tiempo y la experiencia comienzan a percibir de manera distinta del acto de Pinjás. No solo porque puede ser usado para legitimar el uso de la violencia en nombre de Dios, sino porque el uso de la violencia en cualquier circunstancia no es el camino apropiado para actuar menos aun cuando se tiene autoridad.
Por eso confieso que, aunque no me gusta Pinjás, me consuela saber que tampoco los maestros judíos apreciaban su accionar. Los rabinos en el Talmud afirman que su proceder fue correcto, pero no se debe aprender nada de él ni utilizarlo como precedente.
Sin embargo, los más tenaces, aunque sutiles críticos de Pinjás fueron los Masoretas, aquellos escribas que entre los siglos VII al X, se encargaron de consolidar y definir los detalles precisos del texto bíblico y su escritura.
Por un lado, escribieron en el manuscrito de la Torá la letra yod (i) del nombre de Pinjás (versículo 25:11) en tamaño más pequeño, dando a entender que cuando actuamos con violencia aun justificada la presencia de Dios, representada por la letra yod, se ve disminuida; por el otro, en el versículo siguiente, la letra Vav (o) de la palabra Shalom – paz- está quebrada, recordándonos que una paz que se obtiene por medio de la violencia no es una paz íntegra.
El mensaje es claro. La violencia reduce la presencia de Dios entre nosotros y aun cuando por su intermedio se logre la paz, siempre será esta una paz frágil e incompleta. Será una paz quebrada.
En estas horas difíciles para Panamá reafirmemos nuestro compromiso con el diálogo y rechacemos toda forma de violencia para lograr con respeto, empatía y solidaridad una paz firme, una paz plena.
Que así sea.