¿Y si te dijeran que la Mona Lisa no está sola? Aunque la del Louvre es la más famosa, existe otra Gioconda que ha dejado perplejos a historiadores y amantes del arte: la que se conserva en el Museo del Prado, en Madrid. Pero ¿es una copia, una réplica... o algo más intrigante?
La Gioconda del Louvre, pintada por Leonardo da Vinci entre 1503 y 1519, es quizás el retrato más reconocido del planeta. Su sonrisa enigmática, su mirada penetrante y ese fondo montañoso casi irreal han fascinado por siglos.
Sin embargo, en 2012, todos los ojos se volcaron hacia otra dama de sonrisa misteriosa: la Gioconda del Prado. Esta versión, durante mucho tiempo considerada una copia sin mayor valor, fue restaurada por expertos del museo español y lo que descubrieron dejó al mundo boquiabierto.
Bajo capas de barniz oscuro y repintes, emergió una imagen casi idéntica a la Mona Lisa de Leonardo, pero con colores más vivos y detalles más nítidos. El fondo, anteriormente negro, reveló el mismo paisaje que el del Louvre. ¿Casualidad? Para nada.
Los estudios técnicos revelaron que la obra fue pintada en el mismo momento que la original, y desde un ángulo casi idéntico. Lo más impactante: los trazos muestran que fue realizada por un discípulo cercano de Leonardo, posiblemente Francesco Melzi o Andrea Salai.
Esto ha llevado a pensar que no se trata de una simple copia posterior, sino de una pieza gemela hecha en el taller de Da Vinci, quizás bajo su supervisión directa. Incluso algunos expertos creen que ambas obras fueron pintadas lado a lado, como parte de un proceso didáctico o de documentación.
¿Cuál es más auténtica?
La Gioconda del Louvre sigue siendo “la original”, pero la del Prado ofrece algo único: muestra detalles que en la del Louvre ya se han perdido, como la definición del velo o el contraste del paisaje. Para muchos estudiosos, juntas permiten entender mejor la técnica, el contexto y la intención de Leonardo.
Las dos Giocondas, separadas por países pero unidas por su historia, nos recuerdan que el arte no es solo lo que se ve, sino lo que se descubre. Una mirada más profunda a veces revela verdades que estaban ahí todo el tiempo, esperando ser vistas.