¿Alguna vez escuchaste a alguien decir “el que se fue a Sevilla, perdió su silla” y te preguntaste de dónde viene ese dicho tan usado como regaño o advertencia? Aunque hoy en día lo usamos cuando alguien pierde algo por haberse ausentado —como una silla en el comedor o una oportunidad en el trabajo—, su origen es mucho más curioso, y sí, está ligado a una historia con obispos, poder… y Sevilla.
Este refrán tiene raíces en el siglo XV, en una disputa real entre dos personajes históricos: Alonso de Fonseca el Viejo y su sobrino, Alonso de Fonseca el Joven. Ambos ocuparon cargos importantes en la Iglesia católica.
El tío, arzobispo de Sevilla, pidió permiso para regresar a Galicia (su tierra natal) por asuntos personales, y mientras tanto, le cedió la diócesis —la “silla” de Sevilla— a su sobrino. Pero cuando regresó, el sobrino ya no quería devolverle la silla.
¿Y qué pasó con la silla?
El término “silla” no se refería a un mueble cualquiera, sino al sitial arzobispal, símbolo de poder y autoridad. El conflicto entre los Fonseca fue tal que incluso tuvo que intervenir la monarquía para restablecer el orden. Finalmente, el sobrino fue trasladado a Santiago de Compostela, y el tío recuperó su puesto… pero la anécdota quedó grabada en el imaginario popular.
Así nació esta expresión como una advertencia: si dejas tu lugar, tu puesto, tu privilegio… puede que no te lo guarden.
Con el tiempo, el dicho se popularizó en toda España y América Latina. Hoy, lo escuchamos en la escuela, en casa o en el trabajo, cada vez que alguien abandona su lugar y otro lo toma sin esperar devoluciones.
Y aunque ya no se trata de arzobispos ni sillas de poder, la moraleja sigue vigente:¡No te vayas de tu sitio, si no quieres perderlo!



