Así empiezan las calamidades de aquellos peloteros que con vasta experiencia llegan para participar de la liga de softbol de playa en las arenas de Santo Domingo, en el Casco Viejo.
Subestimar el lanzamiento es el primer problema que encuentran los novatos en la liga. Esa pelotita se hace más difícil de batear que cualquier otro tipo de lanzamiento, para los que por primera vez enfrentan la trayectoria de la palomita.
Acá no hay lanzadores que te conviertan una pelota en lentejitas. Todo lo contrario, te sueltan un misil que entre más se acerca, pareciera aplastar al más ducho bateador, que con un buen par de partidos le va cogiendo el ritmo para pegar sus primeros “infield flay” al pitcher.
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Pero esto no es todo. Cuando ya empiezan a coger el ritmo de bateo, los espera el reto de correr en un terreno extremadamente irregular y blando que te deja las pantorrillas como dos ladrillos. Son muchos los que quedan regados al llegar a segunda base y con suerte entran gateando a home impulsados por una línea al desafío de las piedras.
Allá donde pocos se atreven. Allá donde debes poner tu mejor gato para patrullar entre rocas resbalosas y en donde las pelotas rebotan como bolas de “jacks” al caer.
Esa pelotita que sale de las manos de quienes han pulseado estos lanzamientos por años. La ven subir y devorarse los cielos, para luego caer con toda la mala intención cual proyectil sobre la tabla. Son segundos de nerviosismo y cálculos geométricos que experimentan los bateadores sabiendo que un solo lanzamiento puede acabar con sus esperanzas de permanecer en el cajón de bateo.
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Esa pelotita se ha jugado por más de 50 años en las playas del barrio de San Felipe, donde los viejos moradores se resisten a dejar su folclórica liga de softbol de playa.
Liga cultural y diferente, donde no necesitan ir disfrazado de pelotero. Un short playero, zapatillas de las más viejas, camiseta, gorra, un saco extra de autoestima, y estarán listo para el desafío de esa pelotita.

Con información de Román Dibulet | Mi Diario