Cuando los dirigentes Ricardo Escobar y Mario Corro iniciaban el último conversatorio con la prensa especializada sobre LPF, en el que proponían alternativas para la mejora del espectáculo, yo solo pensaba en un solo actor: la Policía Nacional.
Escobar terminó de exponer los puntos como cambios de horario, precios, formato, luego preguntó que alternativas teníamos, y yo tenía lista mi pregunta.
Llegó el turno de alzar mi voz y decirles a los que estaban en la sala lo que ya venía pensando.
¿Y qué pasa con los policías?
Porque son los que destruyen en un par de minutos lo que tanto tiempo, esfuerzo y dinero les cuesta a los demás involucrados. El futbolista que entrena arduamente, el directivo que solo sabe sacar dinero de su bolsillo para cumplir con salarios, el patrocinador que realmente cree en el deporte y el fanático que paga su entrada.
Hace cuatro años, un par de partidos de LPF se realizaron a pesar de la ausencia de la fuerza pública. Las negociaciones entre las ligas de béisbol, baloncesto y fútbol con la Policía Nacional no llegaban a puerto seguro. Se exigía un pago de 51 dólares por un solo agente. En otras palabras, necesitabas de 10 fanáticos para pagar a una unidad policial. Prácticamente tenías que llenar el Rommel Fernández para que realmente tuvieras un margen de ganancia luego de pagar el mayor rubro en la organización de un partido de baloncesto, béisbol y fútbol.
¿Y por qué hay que pagarle a la Policía si su labor es proteger y servir? Por la sencilla razón de que los agentes laboran en eventos masivos de deporte en su día libre. Finalmente, acordaron un valor de $35 dólares por agente, lo cual me sigue pareciendo alto porque los torneos de LPF, LPF y Béisbol Juvenil y Mayor no pasan de $6 dólares por un boleto. Los partidos de selecciones nacionales ya son otro asunto.
A partir de este momento, la seguridad privada se convirtió en un nuevo actor del fútbol nacional. Empresas privadas de seguridad han ofrecido sus servicios y se hacen cargo por que no se entre al estadio con cosas prohibidas, e incluso velan por evitar ingresos indebidos a los campos de juego o a sectores exclusivos como pasillos hacia camerinos u otros.
¿Y qué hace la Policía? Básicamente es un espectador, que además recibe dinero por estar por un periodo de tres horas en un coliseo. “Todo bien hasta ahí”, hasta que empiezan a apurar el desalojo de público cuando el árbitro central recién suena su silbato y decreta el final del partido. Si a usted le gusta el fútbol, lo mejor es que cuando vaya al estadio se levante de su puesto una vez el cuarto árbitro levante el tablero con los minutos de reposición. Márchese y no tendrá problemas con los policías. Suena descabellado, pero en realidad así es.
Y por si no fuera suficiente, sacan su artefacto mágico lleno de gas pimienta y lo rocían sin importar si hay personas con problemas de respiración, tercera edad o niños cuando ya han pasado 15 minutos y no están dentro de los autobuses para salir del estadio. Y para todo, la solución siempre es el gas pimienta. Incluso hace un año, periodistas recibieron gas pimienta en un hecho confuso en el estadio Rommel Fernández.
Entonces, tras ver dos buenos partidos de las semifinales, con aceptable asistencia de público, pero con lamentables reportes de lo sucedido con el gas pimienta en ambos estadios, solo se me ocurre decir que la pregunta no es por qué no vienen, sino por qué no vuelven.
Sin comentarios pic.twitter.com/4PYtmlolvY
— Guillermo Pineda (@BillyPinedaPA) May 20, 2019
[COMUNICADO OFICIAL] 📄
— Tauro F.C. (@TauroFC) May 20, 2019
Debemos cuidar nuestra liga ⚽️
Urge una mejor experiencia 🏟
🚨 ¡DEBEMOS ACTUAR YA! 🚨 pic.twitter.com/LZqU17Q4PC