En lo alto de Tataré, Pacora, se encuentra un rinconcito que ya es toda una tradición: la Fonda Doña Olga. Desde hace 15 años, Olga Vergara, de 65 años y orgullosa santeña, ha mantenido su negocio a punta de esfuerzo, fe y sazón.
“Esto nace después de que uno sea una persona hecha para adelante, que le gusta trabajar y seguir. A mí siempre me ha gustado trabajar, tener lo mío propio y seguir para adelante”, nos cuenta con nostalgia y orgullo.
El sazón que no se copia
Los clientes lo tienen claro: si Doña Olga no está en la cocina, se nota. Ella misma lo explica con esa sinceridad que la caracteriza:
“El secreto es la mano. Después que a uno le guste, es la preparación. Uno no tira la carne así por así… no, usted tiene que echarle su condimento, pimienta, cilantro, ajo, ajinomoto, y dejarla sazonar. Después usted le echa su agua para que coja su condimento, su salsa, su color… ese es el sabor que la gente viene a buscar aquí. Cuando yo no estoy, los clientes dicen: esa no es comida de Doña Olga”.

En su menú destacan platos típicos como puerco y pollo asado, rabito de puerco, sopa de gallina, bistec de cinta, bistec encebollado y hasta patitas guisadas con vegetales. Todo servido a precios que rondan los 4 y 5 dólares, pese al alto costo de la canasta básica.

Luchar para no cerrar
Olga no esconde las dificultades: “Actualmente, está muy cara la comida, pero ahí vamos, luchando, seguir para adelante, porque menos ir para atrás. Si dejamos de trabajar, ¿de qué vamos a vivir? La situación está dura, las cosas cada día más caras en el súper, pero nos vamos controlando, sobreviviendo hasta que esto se arregle”.
La pandemia fue uno de los momentos más duros: “Nosotros en pandemia estuvimos cerrados porque la situación se puso muy dura, no había negocio… pero luchamos, luchamos y seguimos. Aquí estamos para adelante”.
Hoy, con la ayuda de su hijo Pedro Ávila, se encargan ellos mismos de la fonda, pues la situación no permite tener empleados. Él atiende a los clientes y ella se mantiene frente a los fogones, fiel a su sazón.

Una vida entre fogones
Olga es santeña de nacimiento y llegó a la capital a los 18 años. Trabajó en restaurantes, hasta que en 2010 abrió su propio negocio en Pacora.
Su hijo Pedro lo resume así: “Ha sido un trabajo bien dedicado de mi madre y de la familia. La perseverancia, la fe y la constancia es lo que nos ha llevado a tener 15 años aquí”.
Y ella, con una sonrisa firme, remata: “A mí me dicen que hasta cuándo voy a luchar… y yo digo: hasta cuando Dios me mande. No me voy a dejar tumbar de nadie”.



