Desde 2019, con el estreno de la tercera temporada de “Stranger Things”, cada lanzamiento se siente como un evento cultural construido por Netflix, no solo por estrategia, sino porque en tres años la serie ya había alcanzado el estatus de fenómeno.
Sin embargo, desde entonces la pregunta clave ha sido: ¿hasta dónde puede llegar esta historia sin perder su suspenso y misterio?

En la temporada 3, ambientada en el verano de 1985, ya se notaba que los actores querían avanzar en sus carreras y que el cierre daba para más, aunque también podía funcionar como un final. Desde lo fílmico, los Hermanos Duffer habían logrado un estilo llamativo: ambientes con neón vibrante, cámaras íntimas y explosivas en las secuencias de acción.

Las dudas se disiparon en 2022 con la temporada 4, que elevó cada aspecto de las anteriores, dio rostro a la maldad previa y marcó la ruta hacia un final grande y prometedor. Con esto en mente, la primera mitad de la última temporada plantea la pregunta: ¿están encaminando este cierre como se merece? Con solo cuatro episodios, definitivamente sí.

El ADN de la cuarta temporada sigue presente: tensiones entre personajes, elementos fantásticos y un enfoque más libre en la dirección.
Hay secuencias donde la cámara fluye con naturalidad, como en la estación de radio con Robin y Steve en “El Squawk”, o la persecución del auto deportivo destruyendo cercas mientras el grupo corre tras el “Demogorgon”.

Pero lo que realmente sostiene esta mitad son los personajes. Will Byers se convierte en pieza central, y su arco de aceptación personal hace que el final del volumen resulte tan satisfactorio. Hopper y Once recuperan la dinámica de las primeras temporadas; Holly y un aliado inesperado escapan de la prisión de Vecna; y el grupo principal continúa metiéndose en enredos fantásticos.

Aunque Vecna no recibe el protagonismo esperado y algunas escenas se sienten largas, la combinación de buena dirección, sintetizadores, actuaciones sólidas y estética cuidada hace que este inicio del final funcione.


