Murió el papa Francisco, pero su legado sigue más vivo que nunca. Jorge Mario Bergoglio, el primer pontífice latinoamericano, no solo pasará a la historia por haber sido un papa “del fin del mundo”, sino por haberle dado un giro humano y valiente al Vaticano, desafiando estructuras centenarias con sencillez, convicción y cercanía con los más humildes.
Aunque el Vaticano no ha revelado bienes materiales como parte de una “herencia” tradicional, la huella que deja Francisco va más allá del oro y los bienes: su herencia es espiritual, social y revolucionaria para millones de fieles en todo el mundo.
Durante sus 12 años al frente de la Iglesia, el papa argentino luchó por una Iglesia más inclusiva y menos lujosa. Renunció a vivir en los fastuosos apartamentos papales y eligió una residencia modesta, impulsó reformas para que el Vaticano fuera más transparente con sus finanzas, defendió a los migrantes, habló sin miedo sobre la crisis climática y pidió que se acogiera a la comunidad LGBTQ+ con compasión y respeto.
Francisco también fue el primer papa en crear una comisión para investigar abusos dentro de la Iglesia y uno de los más críticos contra los excesos del capitalismo moderno. En cada homilía, en cada gesto, dejó claro que su pontificado estaba del lado de los que sufren.
Hoy, su legado queda sembrado en documentos, encíclicas como Laudato Si’ (sobre el cuidado del planeta), gestos de reconciliación con otras religiones, visitas a campos de refugiados y su insistencia en que “el pastor debe oler a oveja”.
El papa se fue, pero su palabra quedó. Y esa es la herencia que muchos seguirán leyendo, escuchando y llevando en el corazón.