Hoy da inicio uno de los actos más solemnes y reservados de la Iglesia Católica: el Cónclave, el histórico rito mediante el cual los cardenales electores se reúnen en estricta privacidad para escoger al nuevo Papa, sucesor de San Pedro.
La jornada se inicia con la celebración de la Misa Pro Eligendo Pontifice en la Basílica de San Pedro, oficiada por el cardenal decano. Finalizada la eucaristía, los cardenales se trasladan a la Capilla Paulina del Palacio Apostólico, desde donde marchan en procesión hacia la Capilla Sixtina mientras rezan la Letanía de los Santos. En el ingreso, entonan el tradicional Veni Creator Spiritus, invocando la guía del Espíritu Santo para la elección.
Una vez dentro de la Capilla Sixtina, el maestro de ceremonias pronuncia el solemne “Extra Omnes”, que significa “Afuera todos”. En ese momento, quienes no forman parte del cónclave deben abandonar el recinto. A partir de ese instante, el aislamiento es absoluto. A los cardenales se les retiran dispositivos electrónicos, al igual que al personal de apoyo, y se instalan medidas estrictas para impedir cualquier contacto con el exterior.
Los cardenales entonces prestan juramento individualmente, comprometiéndose a seguir las normas establecidas, defender la libertad de la Santa Sede si son elegidos, mantener total secreto sobre lo ocurrido durante el proceso y desestimar cualquier instrucción externa. Cada juramento se realiza con la mano sobre los Evangelios.
Con el inicio formal del Cónclave, se procede a la elección mediante un método cuidadosamente reglamentado. El último cardenal diácono realiza un sorteo para designar a tres escrutadores, tres encargados de recoger votos de cardenales enfermos (infirmarii) y tres auditores. Si algún designado no puede cumplir su función, se escoge un reemplazo.
Una vez hechas las designaciones, el personal no elector sale de la Capilla y las puertas se cierran. Comienza entonces la primera votación. Cada cardenal escribe el nombre de su candidato en la papeleta y la dobla. Al acercarse al altar, pronuncia en voz alta una fórmula solemne: “Pongo por testigo a Cristo Señor, que me juzgará, de que mi voto es dado a aquel que, según Dios, creo que debe ser elegido”. Luego, deposita su papeleta en una urna.
Para aquellos electores que no pueden desplazarse, un escrutador se acerca a sus lugares para recibir el voto de acuerdo al procedimiento. Tras la votación, las papeletas son mezcladas para asegurar la confidencialidad antes de ser contadas.
Si la cantidad de papeletas no coincide con el número de votantes, se destruyen sin proceder al escrutinio y se repite la votación. Si el número es correcto, los escrutadores abren cada papeleta y leen el nombre en voz alta. Cada voto se registra en una hoja oficial.
Si se detectan irregularidades, como dos papeletas pegadas con nombres diferentes, ambos votos son anulados. Sin embargo, no se invalida la votación general. Finalizado el conteo, los votos se ensartan en un hilo, se atan y se colocan en un recipiente para su posterior quema.
El humo que sale de la Capilla Sixtina, negro o blanco, comunica al mundo el resultado. El humo negro indica que aún no hay Papa; el blanco, que ha sido elegido.
Cada día, los cardenales pueden realizar hasta cuatro votaciones: dos por la mañana y dos por la tarde. Si tras tres días no hay elección, se hace una pausa para la oración y reflexión, con la posibilidad de un exhortación espiritual por parte del cardenal decano. Si después de siete votaciones adicionales no hay resultado, se repite la pausa con otra exhortación a cargo del cardenal mayor de los presbíteros. Pasadas otras siete votaciones sin acuerdo, se produce un nuevo momento de oración guiado por el cardenal mayor de los obispos.
Si aún persiste el estancamiento, se recurre a una votación especial en la que solo pueden ser elegidos los dos candidatos con más votos en la última ronda. En esta etapa tampoco pueden votar por sí mismos.
En todas las fases se mantiene la regla fundamental: la elección requiere el respaldo de al menos dos tercios de los cardenales presentes.
Así, entre rezos, silencio, tradición y discernimiento, el Cónclave avanza hasta que el mundo vea elevarse el humo blanco: símbolo de que la Iglesia tiene un nuevo pastor.