Hugo Aguilar Naranjo, el hombre que pasó a la historia como quien abatió a Pablo Escobar el 2 de diciembre de 1993, carga hoy un destino muy distinto al del héroe que Colombia celebró hace tres décadas. Su nombre quedó grabado en la memoria colectiva luego de aquella imagen icónica sosteniendo el cuerpo del capo del Cartel de Medellín en un techo del barrio Los Olivos, tras una persecución que se convirtió en leyenda. Pero la vida del exoficial tomó un giro inesperado: pasó de símbolo nacional a protagonista de escándalos judiciales que aún lo persiguen.
El día de la caída de Escobar, Aguilar integraba el Bloque de Búsqueda, un grupo compuesto por la policía, el ejército y la DEA, que dio con el escondite del narcotraficante tras interceptar varias llamadas que este realizó a su esposa, María Victoria Henao. Escobar había huido meses antes de la cárcel de La Catedral y se encontraba cada vez más aislado. Según la versión oficial, fue Aguilar quien abrió fuego tras una breve persecución por los techos del barrio. Él mismo, según la historia popular, fue quien gritó por radio: “¡Viva Colombia, ganamos!”.
Con el tiempo, la muerte de Escobar se rodeó de versiones enfrentadas. ¿Lo mató el Bloque de Búsqueda? ¿Un grupo narco rival? ¿Se suicidó? Pese a los mitos, la imagen pública se quedó con la versión en la que Aguilar figura como el hombre que apretó el gatillo. Pero treinta años después, la pregunta inevitable es otra: qué fue de ese hombre.
Hoy, Aguilar tiene 73 años y una extensa carrera política a cuestas. Tras retirarse como teniente coronel, gobernó el departamento de Santander entre 2004 y 2007, y sus hijos siguieron el camino público. En 2015 publicó el libro “Así maté a Pablo Escobar”, sin ocultar nunca el hecho que lo convirtió en figura mundial. Sin embargo, su reputación se ennegreció cuando las investigaciones comenzaron a apuntarlo a él.
En 2011 fue destituido e inhabilitado por la Procuraduría durante 20 años por presuntos nexos con las Autodefensas Unidas de Colombia. En 2013, tras la confesión de Salvatore Mancuso, fue condenado a nueve años de prisión por concierto para delinquir agravado. Salió en libertad condicional en 2015 y siempre negó su culpabilidad.
A partir de allí, los procesos se multiplicaron. En 2018 enfrentó un expediente por lavado de activos y enriquecimiento ilícito, conocido como el “caso Porsche”, aún abierto. También fue investigado por contratos irregulares en Santander, de los cuales resultó absuelto a inicios de 2025. Pero ese respiro duró poco: este año volvió a ser señalado, ahora por el caso “Aguinaldo Feliz”, donde la Fiscalía afirma que se apropiaron de 416 millones de pesos destinados a comprar 130 mil juguetes para niños, de los cuales solo fueron entregados 36 mil. En ese mismo periodo fue retenido por el supuesto uso de identidades ajenas para ocultar grandes sumas de dinero.
Y mientras su situación judicial sigue moviéndose, también reaparecen versiones históricas sobre su papel en la caída de Escobar. Gilberto Rodríguez Orejuela, antiguo jefe del cartel de Cali, publicó este año un libro en el que asegura que aquel 2 de diciembre Aguilar lo llamó al grito de “¡Viva Colombia, ganamos!” y reveló que existía un acuerdo de recompensa de 10 millones de dólares. El relato contrasta con lo dicho por Aguilar ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), donde habló de la recompensa oficial del Gobierno, unos 5 mil millones de pesos distribuidos entre los 23 hombres del operativo, pero no mencionó dinero del cartel de Cali.
Tres décadas después, la figura del hombre que abatió al narco más temido de Sudamérica continúa dividiendo opiniones. Para algunos sigue siendo el protagonista de un capítulo clave contra el crimen; para otros, un político envuelto en sombras y contradicciones.



