Ruben Enaje, un hombre filipino de 64 años, fue crucificado por 36ª y última vez este Viernes Santo en la provincia de Pampanga, al norte de Manila, en una impactante muestra de fe que ha capturado la atención de miles de personas durante más de tres décadas.
La escena, presenciada por una multitud compuesta por fieles locales y turistas curiosos, forma parte de una controvertida tradición que cada Semana Santa transforma algunas localidades filipinas en escenarios de penitencia extrema. Algunos devotos se flagelan hasta sangrar, mientras que otros, como Enaje, se ofrecen voluntariamente para ser clavados en una cruz, recreando la Pasión de Cristo.
Bajo un sol abrasador, Enaje fue elevado en una cruz de madera con clavos reales atravesando las palmas de sus manos. Minutos después de que lo bajaran y le retiraran los clavos cuidadosamente, declaró a los medios que esta sería su última crucifixión.
“Esta es la última vez”, afirmó con voz firme, aunque visiblemente afectado por el esfuerzo físico y emocional. Enaje comenzó su vía crucis en 1985 como una forma de agradecimiento por haber sobrevivido a una caída desde un edificio. Desde entonces, ha repetido el acto cada año, convirtiéndose en una figura central del ritual.
A pesar del fervor popular, la Iglesia católica en Filipinas —el único país asiático de mayoría católica— desaprueba oficialmente estas prácticas extremas. No obstante, año tras año, la tradición continúa atrayendo a miles de personas, tanto por su carga espiritual como por su impacto visual y cultural.
Con la despedida de Enaje, se cierra un capítulo simbólico en esta expresión radical de fe, aunque la práctica parece lejos de desaparecer.