Donald Trump ha decidido dejar una huella tangible en la capital estadounidense. Nueve meses después de asumir nuevamente la presidencia, el mandatario ha dado inicio a una de sus obras más ambiciosas y controvertidas: la construcción de un “gran salón de baile” dentro del complejo de la Casa Blanca, con un costo estimado de 250 millones de dólares.
Aunque Trump había prometido no alterar la estructura histórica del edificio, esa palabra se rompió este lunes cuando una excavadora comenzó a derribar parte del ala este, donde tradicionalmente operan las oficinas de la primera dama y su equipo. Las labores, que se desarrollaron sin previo aviso, fueron visibles tras las vallas ubicadas sobre la calle 15, justo frente al Departamento del Tesoro.
El presidente, fiel a su estilo, anunció el inicio de las obras con orgullo durante un acto público en el que recibía a dos equipos de béisbol universitario de Luisiana. “Acaban de comenzar hoy”, dijo sonriente. Según adelantó, el nuevo espacio contará con más de 8 mil metros cuadrados y tendrá capacidad para 999 invitados.
Horas más tarde, Trump amplió los detalles en su red social Truth, donde describió el futuro recinto como “el nuevo, amplio y hermoso Salón de Baile de la Casa Blanca”. Aseguró que será “completamente independiente” y que no representará gasto alguno para los contribuyentes, ya que se financiará “con aportes privados de patriotas generosos, grandes empresas estadounidenses y, por supuesto, de un servidor”.
El mandatario justificó su decisión apelando a la historia: “Durante más de 150 años, todos los presidentes han soñado con tener un salón de baile en la Casa Blanca para albergar grandes fiestas y visitas de Estado. Me honra ser el primero en hacerlo realidad”, escribió.
La demolición del ala este ya ha despertado debate entre historiadores, arquitectos y opositores, quienes cuestionan el impacto de la obra sobre el patrimonio nacional y la legalidad de iniciar modificaciones sin autorización del Congreso ni del Comité de Preservación Histórica.
Mientras tanto, en la residencia más famosa del mundo, las paredes tiemblan bajo el sonido de las máquinas, marcando un nuevo capítulo en la era Trump: el de la Casa Blanca convertida en su proyecto más personal.



