La declaración Nostra Aetate (“nuestro tiempo” en latín), promulgada en octubre de 1965 durante el Concilio Vaticano II, marcó un cambio histórico al promover el diálogo entre la Iglesia católica y las religiones no cristianas y constituyó un punto de inflexión en las relaciones judeo-católicas, tan conflictivas a lo largo de los siglos, para dar comienzo a una etapa de diálogo sincero y fraterno.
Sin duda que el impacto teológico de la Shoá (Holocausto) tuvo mucho que ver en ese cambio radical. Mil quinientos años de descrédito, maltrato y humillaciones a los judíos para testimoniar su culpa por el “deicidio” y su negativa a reconocer a Jesús como el mesías sembraron el terreno sobre el cual los nazis llevaron adelante su plan genocida.
Quizás por eso en 1960, el papa Juan XXIII recibió a una delegación de judíos con los brazos abiertos y jugando con su nombre Ángelo Giuseppe, citó las palabras de su homónimo en el Génesis: “Yo soy José, vuestro hermano”. La imagen bíblica del reencuentro entre los hermanos distanciados fue la metáfora utilizada para proclamar que el cambio comenzaba a cobrar forma.
Pero la principal innovación ocurrió en el marco del Concilio Vaticano II, iniciado por el papa Juan XXIII y continuado tras su muerte por su sucesor el papa Pablo VI. Nostra Aetate, además de reconocer que en las distintas tradiciones de fe hay elementos de verdad y santidad, en el apartado dedicado a la religión judía, destaca el lazo que existe entre ambas comunidades y recuerda el origen judío de Jesús, María y los apóstoles.
La declaración fomenta y recomienda el mutuo conocimiento y aprecio entre judíos y cristianos por medio del estudio y el diálogo fraterno. Condena toda forma de antisemitismo y determina que la muerte de Jesús no puede ser atribuida ni a todos los judíos de su tiempo ni mucho menos a los de hoy en día.

Las declaraciones posteriores de los papas a lo largo de los años ayudaron a construir esta nueva concepción en donde se afirma que la antigua alianza del Sinaí nunca fue derogada y, por ende, sigue vigente; que se debe abandonar todo intento de proselitismo con los judíos y que se debe renunciar a la idea del cristianismo como un ente superador del judaísmo, para abrazar la noción de una relación de mutua estima entre ambas tradiciones.
En nuestro querido Panamá podemos dar testimonio de las excelentes relaciones que tenemos. Un ejemplo de ello es el programa de televisión Lejaim Panamá, una coproducción de FETV y la congregación Kol Shearith Israel, en donde mostramos la belleza de la tradición judía. Quién hubiera pensado que en un canal católico se transmitiría de forma regular un programa sobre judaísmo. No es ciencia ficción, es real y ocurre aquí en Panamá.
Somos participes de una nueva realidad en las relación judeo-católica. Y la declaración Nostra Aetate fue el punto de inflexión sobre el cual se fundamenta esta dinámica.
Hace casi 3 años, en noviembre del 2022 el Congreso Judío Mundial, organismo que aglutina a las comunidades judías del mundo, le presentó al papa Francisco un documento llamado Kishreinu (“nuestro vínculo” en hebreo) que pretende ser una suerte de respuesta a Nostra Aetate y llama a profundizar el diálogo, el estudio y la colaboración entre judíos y católicos. Tuve el privilegio de estar presente en aquella jornada histórica.
“Distintos, pero no distantes” le gusta decir a monseñor José Domingo Ulloa, el arzobispo de Panamá, un ferviente creyente en el diálogo entre ambas tradiciones. Esa frase resume magistralmente la esencia de lo que han sido estos 60 años desde la promulgación de Nostra Aetate.



