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Con el corazón en una bolsa negra: Mi testimonio como recolector de basura por un día

Sin recolectores, la ciudad colapsaría entre basura, enfermedades y caos. Viví una jornada completa con ellos y entendí su dignidad, riesgos diarios y el respeto que merecen. Son esenciales, pero invisibles.
Publicado el: 03 de junio del 2025, 02:14 PM
Por José Rodríguez


José Rodríguez

¿Qué pasaría si la ciudad se quedara sin recolectores de basura? En La Prensa constantemente entrevistamos a políticos, empresarios, economistas y abogados. Sin embargo, quise traer el testimonio de panameños a los que, tradicionalmente, no les damos cobertura en su trabajo, pero son de gran importancia. Ahí fue cuando surgió la idea de pasar un día como recolector de basura. Si ellos no existieran, estuviéramos plagados en basura, cucarachas y ratas y, por ende, proliferarían las enfermedades y la contaminación. Dependemos profundamente de esta profesión.


En colaboración con la Autoridad de Aseo Urbano y Domiciliario (AAUD) pudimos organizar para que formara parte del equipo de recolección de una jornada completa.

Empezamos a las 5:30 a.m. pero muchos de los recolectores estaban desde las 3:00 a.m. Jesús Asprilla, quien era parte de nuestro equipo de recolección, se levantó a medianoche, para salir a la 1:00 a.m., llegar a las 3:00, cambiarse, desayunar y salir al recorrido.

Llegamos al primer punto (tinaco) en donde me enseñaron a usar las palancas para el compactador y la cuchilla. Me decían que parecía un juego de Nintendo.

Al enseñarme cómo montarme en el camión, me repetían “agárrate bien papa”. El equipo de recolectores me cuidó y aconsejó en cada etapa. Me decían: agarra siempre del nudo, cuidado con los gusanos, cuando te vas a tirar mira para ambos lados de la calle, no dobles la espalda, aleja la cara, nunca acerques la cara…

Mucha de la basura estaba regada. Esto ocurre porque los tinacos no tienen puerta o reja, tampoco techo. Eso hace que estén a merced de animales callejeros o de personas en situación de calle, que rompen las bolsas y esparcen la basura.

Improvisábamos con una pala y una sábana una manera más efectiva de recoger la basura suelta y siempre me inculcaron que el objetivo es dejar el punto “limpiecito”.

Utilizan cualquier bolsa para botar basura, tiran heces de perro, botellas de vidrio (muchas rotas).Si toda la basura hubiera estado en bolsas negras resistentes, en tinacos cerrados o por lo menos con una puerta o reja, el trabajo hubiera sido mucho más llevadero, pero se volvía más difícil a medida que el día iba avanzando.

Estábamos limpiando por Vía España, al frente del cuartel de bomberos. Saqué la pala porque había mucha basura regada y como era más joven, sentí que podía apoyar más. Me dijeron que en esa área había gente en situación de calle. Cuando entré en la tinaquera y empecé a palear, entendí a lo que se referían. Había heces humanas.


Respiré y el olor fue muy invasivo, a tal punto que tuve que dar la pala a uno de los trabajadores y salí caminando, porque sentí que iba a vomitarlos. Pude contenerme y traté de ayudar con la sábana. El señor Jesús entró, la paleó toda y la fuimos subiendo poco a poco al camión. Las náuseas me acompañaron por un tiempo, a lo que siguió un profundo dolor de cabeza. Nos montamos al camión y seguimos el recorrido.

En una ocasión encontramos un vidrio enorme que nos pudo haber cortado. En otro lugar había restos de madera con clavos oxidados. El señor Jesús me comentó que un día en El Chorrillo uno de esos clavos traspasó su bota y lo infectó. Estuvo 15 días en el hospital, y después retornó a sus labores como profesional de aseo.


Cuando la cuchilla bajaba para recoger la basura y compactarla, las bolsas, por la compresión, explotaban. Si estábamos cerca, los gases y hasta los jugos nos alcanzaban.

Llegamos a un edificio en San Francisco donde la cantidad de bolsas de basura era impresionante. Las bolsas, el piso y las paredes estaban plagadas de gusanos, al punto que muchos de ellos se nos subieron en las botas y el pantalón. Incluso, a un compañero le entraron gusanos en el zapato.

Pero ellos no flaquearon, no desfallecieron, seguían enseñándome, cuidándome, manteniendo el ritmo y siendo profesionales. Dejando todo “limpiecito”.

Algunos tanques eran bien grandes y podíamos subirlos con un gancho, ser más rápidos y estar en menor contacto con la basura. Yo traté de hacerlo pero subió de más y tumbé el tanque con todo lo que tenía adentro. El señor Jesús me dijo “no ha pasado nada, a cualquiera le pasa” y procedieron a levantar el tanque y recoger toda la basura que regué. Con el siguiente tanque, el señor Jesús fue el que lo maniobró y también se le cayó. Al parecer, los bordes del tinaco estaban gastados y eso hizo que no pudiéramos manipularlos adecuadamente.

Muchas personas parquean sus carros cerca de los tinacos o justo al frente, lo cual hizo que tuviéramos que maniobrar con el camión y meterlo de manera incómoda, lo cual generaba tranques.

Una señora bajó el vidrio de su camioneta y, con señas apuradas, me dijo: “estoy tarde para la misa”. Le expliqué con calma que habíamos tenido que meter el camión en diagonal porque un carro mal estacionado nos bloqueó el paso, y que la calle era muy angosta. Después de muchas horas entre heces humanas, gusanos, clavos oxidados y vidrios rotos, confieso que tuve que contener las ganas de responderle de mala manera. Pero respiré hondo y recordé lo que me enseñaron los recolectores: ser profesional. Así que solo le dije: “Queremos dejarle la iglesia limpiecita para que no tengan cucarachas ni ratas. Será un ratito y ya, después entran, no creo que tarden mucho”.


Todos nos metimos (o guindamos) al camión con rumbo a Cerro Patacón. Allí, las imágenes eran muy fuertes: tanto la surreal cantidad de basura, como las montañas del vertedero rodeadas de gallinazos.

Ya sabía de la existencia de los “recicladores”, que es gente que busca latas o metales en la basura para venderlos. Lo que me sorprendió al entrar fue la gran cantidad de “recicladores” que hay y las edades que tienen, habían desde muy jóvenes hasta muy ancianos.

Entonces, me pidieron el favor de mover unas palancas y lo que sucedió fue que las ocho toneladas de basura que habíamos recogido en la mañana, fueron empujadas lentamente hacia afuera del camión, de manera que quedaran depositadas en una montaña de basura y tierra. Mientras se levantaba la compuerta para sacar la basura compactada, la gente se iba reuniendo alrededor del camión. Eran varios, más que todo jóvenes, casi todos afrodescendientes o indígenas.

Mientras la basura iba lentamente deslizándose hacia afuera, ya había manos rasgando los cartuchos buscando alguna lata o metal. Y cuando cayó al suelo, se abalanzaron sobre ella. La basura que amarramos y tiramos para no pensar más en ella, ellos la abrían pensando en su futuro.

Bajé la palanca, y se volvió a cerrar el camión. Nos montamos y salimos.

Pero mi viaje no paró allí. Al ir caminando a casa de mis padres para bañarme y ver las tinaqueras, la basura, en bolsa o regada, me entraba un sentimiento extraño, indescriptible, similar al estrés pero esta vez combinado con impotencia.

Llegué a mi casa, me bañé y decidí dormir un rato. Resultó ser mucho más difícil de lo que pensé porque apenas cerré los ojos, todos los recuerdos de la basura, los olores y los sentimientos se cruzaron por mi cabeza. Sentí que estaba en shock. Y me decía a mí mismo que yo solo lo viví un día, ellos lo hacen todos los días y algunos llevan más de 20 años de servicio.

Fue una experiencia profundamente transformadora. Sé que nunca querré volver a usar una bolsa de basura que no sea de las negras resistentes. Sé que si boto algo con vidrio lo pondré en un carcucho dentro de un cartón que diga vidrio. Sé que las tinaqueras deben tener puertas o rejas. Pero, sobre todo, sé que ellos son tan necesarios como la profesión que me permite escribirles este artículo y remarcarle a toda la nación que cada panameño es importante.

Etiquetas: Multimedia

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