Panamá, el país del canal, de los rascacielos y del dólar, se ha erigido en el escenario mundial como el faro de la prosperidad en Centroamérica. Los informes de organismos como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) no hacen más que cimentar esta imagen, destacando a la nación como un líder en desempeño económico y convergencia de ingresos respecto a Estados Unidos. La promesa de una economía sólida, impulsada por la logística, el sector financiero y el PIB per cápita, parece indiscutible.
Pero, ¿qué sucede cuando se baja la vista de los grandes indicadores macroeconómicos y se mira la calle, el barrio, la vida de la gente común? Ahí, la narrativa de la prosperidad se desmorona, revelando una profunda y silenciosa crisis que nadie en los círculos de poder parece querer ver, pero que la clase media y la gente de a pie perciben con una urgencia palpable.
Locales vacíos: La escena de una tragedia económica
Si usted, lector, ha intentado últimamente salir a comer con su familia a un restaurante de barrio, o ha visitado ese centro comercial que antes bullía de actividad, es probable que haya experimentado una sensación incómoda: los locales están vacíos.
Esta no es una simple desaceleración; es el signo de una grave insolvencia generalizada que está diezmando el tejido productivo del país: la microempresa.
Los datos de la Contraloría General de la República, lejos de adornar la realidad, pintan un panorama sombrío:
• Contracción de ventas: Durante el primer semestre de 2025, se ha reportado una caída de 30% a 40% en las ventas de restaurantes, y una disminución del 20% en centros comerciales.
• Pérdida masiva de empleo: Se estima una pérdida de hasta 70,000 puestos de trabajo entre finales de 2024 e inicios de 2025. Una cifra catastrófica que incluye el impacto del cierre minero (54,000) y la desaparición de entre 15,000 y 20,000 empleos en sectores relacionados.
Las microempresas, que representan cerca del 70% del tejido empresarial panameño, son las más afectadas. Sin la liquidez ni los colchones financieros de las grandes corporaciones, están cayendo en un estado de insolvencia constante.
Las microempresas representan un 82.7% de las compañías que hay en el país.La paradoja panameña: Un éxito con pies de barro
El problema de Panamá no es de recursos, sino de distribución. La solidez económica que tanto admiran el BID y el mundo se sostiene, por ahora, en dos pilares inamovibles: el Canal de Panamá y la dolarización. Estos factores ofrecen una estabilidad y una ventaja histórica frente a vecinos con economías volátiles y monedas devaluadas (como Venezuela, Colombia o México).
Sin embargo, esta estabilidad es una máscara. El dinero que entra por el Canal no está permeando hacia abajo. El caldo perfecto para la inestabilidad se está cocinando a fuego lento, alimentado por:
1. Desigualdad extrema: El abismo entre la clase alta y la clase media/baja se ensancha, concentrando la riqueza y ahogando el consumo interno, el motor de las microempresas.
2. Corrupción e impunidad: El manejo de la cosa pública y la impunidad sistémica devoran los recursos que deberían invertirse en el desarrollo social y en la mejora de la competitividad.
3. Desempleo estructural: La falta de oportunidades laborales de calidad frena la capacidad de gasto de los hogares, condenando a la inercia a la economía real.
El bien común como única solución
La prosperidad de Panamá es un espejismo si solo beneficia a unos pocos. Para que la bonanza internacional “cale” en el ciudadano, la nación debe afrontar su realidad con pragmatismo y valentía.
La solución no es una utopía, sino una decisión política y moral: aceptar que el bien común debe ser el bien de todos.
Es urgente que Panamá apueste decididamente por la diversificación económica. Si bien el Canal es nuestra joya, el futuro pasa por:
• Inversión en talento: Crear un ambiente propicio para los rubros de tecnología e innovación, generando empleos de alto valor.
• Potencializar el turismo: Aprovechar la belleza natural del país para construir un sector turístico robusto y sostenible.
Mi Panamá es una tierra hermosa, con un potencial inmenso para ser un país económicamente sostenible gracias a una distribución equitativa de la riqueza, y no solo por la inercia de su posición geográfica. El momento de actuar es ahora, antes de que el silencio en las calles se convierta en el ruido de una crisis inmanejable.



