En el corazón de Cabra, Panamá Este, la fe se respira en cada rincón. Cada 21 de octubre, cuando cae la tarde, las calles se iluminan con velas, cantos y oraciones. Vecinos, familias y promeseros se unen para acompañar la procesión de Jesús Nazareno, conocido como el Cristo Negro, en una tradición que ya supera los 60 años de historia, promesas y esperanza.
La devoción nació en los años setenta, cuando la maestra pedregaleña Diana de Caramañites trajo desde Portobelo, Colón, el fervor por el Cristo Negro. Aquella semilla de fe germinó en el corazón de Cabra, y lo que comenzó como un pequeño acto entre vecinos se convirtió en una de las celebraciones religiosas más queridas de Panamá Este.
“Esa devoción tocó tan profundo el corazón de quienes vivían aquí, que seis décadas después seguimos celebrando con el mismo amor y entusiasmo”, compartió uno de los voceros de la Capilla Jesús Nazareno de Cabra, perteneciente a la Parroquia San Francisco Javier.
El recorrido de la fe
Después de la misa solemne de las 7:00 p.m., la imagen del santo sale en procesión por la llamada “U de Cabra”, recorriendo las calles Primera y Segunda —el antiguo corazón del pueblo—, bajando hasta el puente que divide los corregimientos de 24 de Diciembre y Pacora, para luego avanzar por las calles Tercera a Séptima y regresar finalmente a la capilla.
La manda de Milka: una fe que alimenta
Durante el recorrido, la procesión hace una parada especial frente a la fonda “El Sazón Pacoreño”, de doña Milka Hernández, una mujer de 63 años que lleva 25 años cumpliendo su manda al Cristo Nazareno.
Milka Hernández
“Viví un momento muy difícil y gracias a mi Jesús de Nazareno estoy aquí. Todo lo que le pido, me lo concede. Si uno pide con fe, todo se hace realidad”.
Cada año, Milka y su familia preparan más de 300 comidas para regalar a los peregrinos. “Siempre estoy esperando el santo con mis hijos Johanna y Yuriel, mis nietos y mi hermana, que también es devota. Ella estuvo muy enferma y gracias a nuestro Señor Jesús de Nazareno hoy camina bien”.
A través de su testimonio, Milka dice que recibe más ofrendas y apoyo de vecinos. “Todo lo que llega es bendición. Cada plato que sirvo es parte de mi promesa. Yo le sirvo al Nazareno con mis manos, porque Él me levantó cuando más lo necesitaba”.
Un pueblo unido por la esperanza
Entre velas, cantos y corazones agradecidos, Cabra demuestra que la fe no conoce distancia. Aunque muchos panameños viajan hasta Portobelo, aquí —en el corazón de Panamá Este— Jesús Nazareno también tiene casa, pueblo y promesas vivas.


