Mientras los cañones suenan en Asia, Donald Trump quiere colgarse la medalla de pacificador. El presidente de Estados Unidos anunció este sábado que está interviniendo personalmente para buscar un alto al fuego urgente entre Camboya y Tailandia, países que desde hace tres días se enfrentan en una violenta disputa fronteriza que ya ha dejado al menos 33 muertos y miles de desplazados.
Desde Escocia, Trump sacó pecho en su red Truth Social, informando que ya habló con el primer ministro de Camboya y que en ese mismo momento intentaba comunicarse con el jefe de gobierno interino de Tailandia para frenar la guerra.
“Acabo de hablar con el primer ministro de Camboya sobre el cese de la guerra con Tailandia”, escribió Trump. Luego agregó que estaba llamando al líder tailandés para pedir también un alto al fuego inmediato.
Pero mientras Trump marca números, las bombas no se detienen. Los ejércitos de ambos países siguen intercambiando fuego pesado en la frontera, reavivando una vieja disputa territorial que ha convertido pueblos enteros en zonas de guerra. Las cifras oficiales hablan por sí solas: 13 muertos del lado camboyano (entre ellos 8 civiles) y 19 del lado tailandés (13 civiles incluidos), además de decenas de heridos y más de 140 mil personas desplazadas entre los dos países.
Aunque el viernes por la noche ambos gobiernos dijeron que estaban considerando una tregua, la realidad es otra. Este sábado, Camboya confirmó que los combates continúan y que aún no se ha concretado ningún alto al fuego.
Y como era de esperarse, las acusaciones van y vienen. Camboya denunció en la ONU que Tailandia usó aviones de combate y bombas de racimo contra su población. Tailandia respondió con pruebas que acusan a Camboya de bombardear hospitales y zonas civiles.
Todo esto ha provocado que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ya se meta en el asunto. Ayer, se celebró una sesión privada de emergencia en Nueva York para evaluar el conflicto, que ya escala peligrosamente.
En medio del caos, organizaciones humanitarias claman por acceso a las zonas afectadas, donde miles de personas están atrapadas sin servicios básicos ni asistencia médica. El miedo a una escalada total es real y crece con cada explosión.



