Por el equipo WEB de Mi Diario
El Progreso, La Chorrera, Panamá Oeste
Las calles polvorientas de El Progreso, en el distrito de La Chorrera, parecen guardar un secreto que nadie se atreve a revelar. Entre casas modestas, callejones sin salida, solares abandonados, abundante vegetación y un silencio denso, el lugar se percibe como un escenario inquietante, detenido en el tiempo.
En medio de ese silencio, la historia de Eduardo Javier Sánchez, de 24 años, se ha convertido en un eco persistente que ronda las madrugadas.
Entrada de El Progreso, en La Chorrera, zona donde Eduardo Javier Sánchez fue visto por última vez antes de desaparecer.Eduardo desapareció el domingo 3 de agosto, sin dejar rastro alguno.
Este viernes 3 de octubre se cumplieron dos meses y su familia vive en un limbo y tortura insoportable: sin respuestas, sin pistas y sin consuelo.
La última vez que se le vio, Eduardo había terminado su turno en el minisúper ‘Hola’, donde trabajaba de manera eventual. Su empleo fijo estaba en un almacén ubicado cerca de la estatua de El Chorro.
Minisúper Hola, en La Chorrera, donde Eduardo Sánchez laboró por última vez antes de desaparecer.Ese día recibió una llamada de su jefa, una comerciante china, para que “se ganara un camarón” en el minisúper Hola, un comercio afiliado al almacén. Salió de su jornada con total normalidad.
No llevaba grandes sumas de dinero, solo 25 dólares y una tarjeta telefónica de $3, que activó en ese momento. Nada indicaba que fuera a desaparecer.
Un taxi, una parada… y luego el vacío
Según los testimonios recolectados por Mi Diario, Eduardo fue visto por el padre de un amigo cuando llegó al punto donde trabajaba su papá en el Fiullet, sin embargo Eduardo no le habló a su papá como de costumbre.
Se subió a un vehículo presuntamente el mismo taxi directo a casa de un amigo. Desde entonces, nunca más se supo de él.
Desde la casa de su amigo hasta la vivienda de sus hermanas no hay ni diez minutos caminando. Es un tramo corto, rodeado de casas a ambos lados, pero aun así, nadie lo vio pasar, según los testimonios recopilados.
En las cámaras de seguridad no quedó registrado ningún movimiento sospechoso. Nadie más lo vio ese día. Al siguiente amanecer, su ropa seguía tendida afuera de la casa, como si esperara que él regresara para recogerla.
“Si el muerto hubiese llegado aquí, ya lo hubiéramos reportado”, fue lo único que le dijo un vecino a su padre cuando este caminó desesperado cada rincón, buscando respuestas.
La familia presentó la denuncia entre el 4 y el 7 de agosto, aferrada a la esperanza de que solo fuera un berrinche juvenil. Lo extraño es que Eduardo nunca antes había desaparecido así, siempre intentaba avisarles a sus hermanas sobre sus pasos.

Pero el tiempo se encargó de transformar esa esperanza en angustia prolongada.
“Era un joven muy tranquilo, responsable y hacía bien su trabajo. No tenía problemas con nadie. Ese día simplemente salió y no volvió más” Comerciante china, del minisúper Hola.
Un silencio institucional que duele
La Fiscalía visitó a la familia justamente tras la primera entrevista publicada por Mi Diario. Les preguntaron si estaban seguros de difundir el caso. Ellos respondieron con firmeza: “Sí, queremos que todo Panamá lo sepa. Queremos encontrarlo, vivo o muerto”.
Desde entonces, no han recibido información relevante. No hay actualizaciones, no hay operativos visibles, no hay certezas.
Ana, su hermana mayor, denuncia sentir abandono por parte de las autoridades: “A veces sentimos que hasta que no aparezca un muerto, ellos no se mueven”, lamentó.
El área donde desapareció es considerada “zona roja”. Aunque algunos vecinos insisten en que es tranquila, otros describen espacios vacíos y abandonados, perfectos para que algo terrible ocurra sin testigos.
Una desaparición sin explicación
Eduardo no tenía su cédula vigente. La dejó en casa. Lavó su ropa el sábado anterior y la tendió con normalidad. Sus estados de WhatsApp mostraban que trabajó, tomó una cerveza y compartió como cualquier día.
No había indicios de huida ni planes de viaje. Tampoco se hallaron señales en su círculo de amistades, que siempre mantuvo a cierta distancia de su familia.
Dos meses después su caso es una herida abierta en una comunidad donde las sombras parecen susurrar más que las personas.


