Katmandú amaneció el miércoles convertida en una ciudad sitiada. Tanques y vehículos blindados escoltaron a importantes efectivos militares que tomaron posiciones estratégicas en varios barrios de la capital de Nepal, donde solo se permitió circular a vehículos de emergencia.
La medida vino acompañada de un estricto toque de queda “hasta nuevo aviso”, paralizando la ciudad: escuelas cerradas, comercios con candado y oficinas desiertas. Los pocos habitantes que se atrevieron a salir fueron rápidamente conminados por soldados a regresar a sus hogares.
El Estado Mayor advirtió que responderá sin titubeos contra “manifestaciones, actos de vandalismo, saqueos, incendios o ataques contra personas y bienes”. Según cifras oficiales, 27 personas fueron detenidas en Katmandú y se incautaron 23 armas de fuego.
En un mensaje televisado, el jefe del Estado Mayor, general Ashok Raj Sigdel, llamó a los sectores movilizados a “recuperar la calma y entablar un diálogo”.
Dimisión en medio del caos
La tensión estalló tras la dimisión de KP Sharma Oli, de 73 años, líder del Partido Comunista de Nepal, quien había regresado al poder en 2024. Oli, que ha encabezado el Gobierno en cuatro ocasiones desde 2015, justificó su salida como un paso necesario “para que se pudieran tomar medidas con vistas a una solución política”.
Su figura, asociada a la élite política acusada de corrupción, ha sido blanco del descontento juvenil, que reclama empleo y transparencia.
El presidente Ramchandra Paudel exhortó a manifestantes y autoridades a cooperar para resolver pacíficamente la crisis. La ONU y la vecina India también hicieron un llamado a la moderación. “La estabilidad, la paz y la prosperidad de Nepal son de vital importancia para nosotros”, afirmó el primer ministro indio, Narendra Modi.
Mientras tanto, el país sigue en la incertidumbre, a la espera de un sucesor que asuma el Gobierno en medio de una tormenta política que mantiene a Katmandú bajo el estricto control de los militares.



