Helmut y Erika Simon caminaban por los Alpes de Ötztal, el 19 de septiembre de 1991, en la frontera entre Austria e Italia, cuando tropezaron con un cuerpo semienterrado en el hielo. Pensaron que era un alpinista perdido. No sabían que habían descubierto una de las joyas arqueológicas más importantes del mundo, era el cadáver de un hombre que había muerto hace 5,300 años, al que luego llamarían Ötzi, el hombre de hielo.
La investigación reveló que medía 1,59 metros, pesaba unos 50 kilos y tenía el cuerpo marcado con 61 tatuajes. Pero lo más impactante fue la causa de su muerte: no fue víctima del frío, sino de un asesinato. Una flecha atravesó su omóplato y pulmón izquierdo, y luego un golpe en la cabeza resultó letal. Sus enemigos lo persiguieron hasta los 3.120 metros de altura donde quedó momificado de forma natural.
Su cuerpo tatuado y las armas halladas a su lado cuentan una historia de persecución y crimen.El análisis de su ropa y objetos demostró su ingenio, llevaba zapatos de cuero con paja aislante, un gorro de piel de oso, un hacha de cobre, un cuchillo y hongos con propiedades medicinales. Incluso, los restos en su estómago confirmaron que su última comida fue carne seca de cabra montesa, ciervo y cereales.
Durante décadas se pensó que era un hombre de piel clara y cabello abundante, pero un estudio genómico publicado en 2023 cambió esa visión, Ötzi era calvo, de piel oscura y ojos marrones. Una apariencia muy distinta a la popularizada en documentales y películas.
Treinta y cuatro años después de su hallazgo, Ötzi no solo sigue siendo la momia mejor conservada del mundo, sino también un testimonio vivo de cómo era la vida –y la violencia– en plena Edad de Cobre.


