En cada esquina del país, desde los pasillos de colegios hasta las salas de estar, se escucha el sonido familiar de notificaciones. En Panamá, las redes sociales han dejado de ser solo una herramienta de comunicación para convertirse en una adicción creciente entre los jóvenes. Plataformas como, TikTok e Instagram han creado un universo paralelo donde lo importante no es vivir, sino mostrar. La necesidad de exhibir vidas “perfectas” ha llevado a muchos adolescentes a una búsqueda insaciable de likes, seguidores y validación.

El fenómeno va más allá de simples publicaciones.
La vanidad ha ganado terreno, impulsada por estándares de belleza irreales y alimentada por filtros y retoques. En este juego de apariencias, cada día más jóvenes panameños se someten a dietas extremas, modas fugaces e incluso procedimientos estéticos, buscando alcanzar la imagen que las redes consideran aceptable. Esta obsesión está desplazando valores esenciales como la autenticidad y la empatía, reemplazados por el culto a la imagen y la popularidad virtual.

Expertos en psicología alertan que esta adicción no es inofensiva. Ansiedad, depresión y baja autoestima son solo algunas de las consecuencias visibles.

A pesar de los riesgos, la gratificación instantánea que ofrecen estas plataformas refuerza el ciclo, haciendo cada vez más difícil romperlo. Padres y educadores enfrentan el reto de enseñar a los jóvenes a gestionar su vida digital y a poner límites saludables.
Frente a este fenómeno, es urgente promover actividades que fortalezcan la autoestima real: deporte, lectura, arte y socialización cara a cara. Solo así, Panamá podrá contrarrestar la creciente ola de vanidad y dependencia digital que amenaza con borrar la autenticidad de toda una generación en el mundo entero.