Debo comenzar agradeciendo los comentarios sobre mi primera nota la semana pasada. Los recibí en prácticamente todos los formatos que las actuales tecnologías lo permiten y sin duda me motivan a seguir adelante con este blog en MIDIARIO.com.
Uno de los fenómenos más extraños (al menos para mí) de nuestros tiempos es que hemos disociado la religiosidad de la ética. Cuando pensamos en una persona “muy” religiosa nos imaginamos a alguien que es muy creyente, que reza mucho, que cumple rituales y que sigue las tradiciones. La solidaridad y el altruismo no son categorías que conectamos con la práctica religiosa.
Y por supuesto que se puede ser una persona ética sin ser creyente o religioso (conozco muchas personas maravillosas que entran en esta definición). Sin embargo, lo contrario no debería ser posible, es decir, ser un individuo de fe y de convicciones y no tener un comportamiento ético (lamentablemente también conozco casos de este tipo).
Permítanme compartirles una breve historia de las fuentes judías. Una persona no judía se acerca donde el sabio Hilel (que vivió en la tierra de Israel a principios del siglo I) y le dice que está dispuesto a hacerse judío si el maestro es capaz de enseñarle toda la Torá en el tiempo en que está parado en un solo pie (posiblemente hoy le pediría que le defina el judaísmo en un tuit).
Hilel acepta el reto y le responde: “Aquello que no te gusta que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás. Eso es toda la Torá, el resto es comentario, ahora ve y estudia”.
Quizás la definición de Hilel puede resultar un poco decepcionante. No hay mención de Dios, ni de rezar ni de ningún otro precepto - aunque muy inteligentemente después lo manda a estudiar.
Hilel le responde con la conocida “Regla de Oro” que es común a todas las tradiciones religiosas, comprendiendo que el judaísmo (y me atrevería a generalizar con todas las religiones) debe ser en esencia, fundamentalmente ético.
Y esta Regla de Oro nos sigue convocando. Aquellos que somos religiosos debemos tener presente que es por medio de nuestro accionar en nuestra vida cotidiana y fundamentalmente en las relaciones interpersonales, como expresamos nuestra religiosidad y damos testimonio de aquello que creemos.
Como bien dijera Martin Buber, notable filósofo judío del siglo XX: “Tanto el amor al Creador como a aquello que ha creado, son finalmente uno y lo mismo.”
Es posible enunciar una lista que intente explicar, justificar o tan solo describir por qué la religiosidad y la ética están tan disociadas en nuestro tiempo. No obstante, si la religión pretende tener un rol significativo e inspirador en el siglo XXI (y es muy necesario que lo tenga) deberá recuperar su naturaleza ética.
Es un gran desafío. Está en nuestras manos.