Una de las escenas más icónicas del cine es la del Moisés bíblico, magistralmente interpretado por Charlton Heston, con los brazos extendidos y el cayado en su mano derecha abriendo las aguas del Mar Rojo para que crucen los israelitas perseguidos por el ejército del faraón.
La película “los Diez Mandamientos” (estoy seguro de que el lector la debe haber visto en varias ocasiones) es un clásico de Hollywood. Filmada en 1956, con 7 nominaciones al Oscar, ganó la estatuilla a los mejores efectos especiales. Gran mérito del director, Cecille de Mille, al plasmar en la cinta los milagros del relato bíblico.
Y sin dudas uno de ellos es el momento en el cual las aguas del mar Rojo se abren y como dice la Torá (Pentateuco), “los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto, mientras que las aguas formaban muralla a derecha e izquierda.” (Ex. 14:21)
Sin embargo, la interpretación rabínica nos invita a ver lo sucedido desde una perspectiva distinta. Y para eso va a recurrir a un personaje secundario del texto bíblico: Najsón ben Aminadav, príncipe de la tribu de Judá (la más numerosa de las tribus) cuñado de Aarón (estaba casado con su hermana Eliseba) y antepasado del Rey David.
Cuenta el Talmud que cuando Moisés extiende los brazos y da la orden de marchar, las aguas del Mar Rojo todavía no se habían abierto. En ese momento las tribus comienzan a pelear entre sí. Como niños temerosos, ninguna quería ser la primera en ingresar al agua.
Se produce un momento de tensión, el ejército egipcio esta amenazante y para los israelitas la única opción es atravesar el mar, pero las aguas siguen sin abrirse. En ese instante Najsón ben Aminadav comienza a adentrarse en el mar. El pueblo lo mira sorprendido, contemplando cómo avanza en su camino.
Las aguas permanecen quietas, pero Najsón sigue caminando. El agua le llega a la cintura y continúa avanzando. Ya está a la altura del cuello y aún no ocurre nada. El príncipe de Juda persiste en su marcha, y recién cuando el agua le llega a la altura de su boca se materializa el milagro y se abren las aguas para permitir que los israelitas crucen por tierra seca.
Me gusta mucho este relato. Es fascinante ver como los rabinos se alejan de la literalidad del texto para compartirnos un mensaje claro y profundo: Fue la convicción de Najsón - su entereza y su accionar - la que permitió que ocurriera el milagro.
La cámara se queda con esa imagen poderosa de Moisés con los brazos extendidos y el cayado dirigido al cielo, pero en la sabiduría de nuestros maestros el mérito radica en la actitud de Najsón quien nos deja una lección valiosa: Los milagros no llegan solos.
Debemos poner de nuestra parte para que ocurran.