Mientras el mundo presencia con asombro una creciente ola de tensiones geopolíticas, los enfrentamientos entre países como Rusia , Ucrania, Estados Unidos , Irán, Israel y Palestina, parecen empujar a la humanidad hacia un abismo. Guerras declaradas, amenazas nucleares, conflictos territoriales y discursos de odio son parte del menú diario en los titulares internacionales. Sin embargo, la pregunta inevitable se asoma con más fuerza que nunca: ¿estamos ante la antesala de una Tercera Guerra Mundial o ante la oportunidad histórica de un renacer global hacia la paz?
En contraste, América Latina, pese a sus desafíos económicos, sociales y políticos, aún no se ve envuelta en los niveles de violencia militar y destrucción que otros continentes sufren. Las diferencias regionales existen, sí, pero están lejos del dramatismo bélico que hoy domina escenarios internacionales. Esto nos coloca, paradójicamente, en una posición única para observar y reflexionar.
Muchas personas interpretan estos tiempos convulsos como el inicio de un nuevo orden, una especie de catarsis necesaria para empezar de nuevo. Otras, en cambio, sienten un temor profundo: el miedo de no saber qué pasará mañana, el miedo de vivir en un mundo donde salir a la esquina representa un riesgo, donde la incertidumbre pesa más que la esperanza.
Los líderes mundiales, en teoría encargados de velar por la seguridad y bienestar de sus ciudadanos, parecen muchas veces más interesados en demostrar poder que en construir estabilidad. La confianza en ellos disminuye al mismo ritmo que aumentan los misiles y las sanciones.
Y, sin embargo, queda una esperanza. La paz, aunque lejana, no es una fantasía. La paz bien entendida nos dará felicidad, nos permitirá prosperar, trabajar, amar y crecer. Es más rentable que cualquier conflicto. La paz genera empleo, inversión, estabilidad, turismo, ciencia, arte y cultura. La guerra solo deja destrucción, muerte y generaciones traumatizadas.
En este contexto, el llamado no es a rendirse, sino a actuar desde la resiliencia y el emprendimiento. Debemos ser líderes de cambio, sembrar ideas, construir comunidades, fortalecer la educación y apoyar el diálogo. El mundo necesita voces que hablen de reconstrucción y no solo de represalias.
El mensaje es claro: no necesitamos otra guerra para volver a empezar. Necesitamos paz, visión y coraje para transformar nuestro presente incierto en un futuro digno.