La oscuridad y el terror se apoderaron de La Primavera, Santiago de Veraguas, en la mañana de este viernes 26 de abril, cuando la vida de la educadora Doris Franco, de 37 años, fue brutalmente segada por las manos de su propio compañero sentimental. El siniestro perpetrador, un piloto de 42 años, sumió a la comunidad en un estado de pavor al infligirle varias puñaladas a su indefensa víctima.
Los detalles espeluznantes de este crimen macabro indican que el agresor, hijo de un destacado médico de la provincia, había incubado un odio insidioso hacia Doris desde días atrás. Una fuente confidencial reveló que una discusión previa entre la pareja desencadenó la tragedia, llevando al asesino a buscar refugio en el hogar de sus progenitores para ocultar su furia homicida.
Sin embargo, la fatalidad acechaba en las sombras. Alrededor de las 8:00 de la mañana de hoy viernes, Doris, ajena al peligro inminente que la acechaba, se aventuró hacia el nido del monstruo que yacía en espera. Una vez más, las fauces del horror se abrieron de par en par, desatando una nueva ronda de acaloradas disputas que culminaron en un baño de sangre.
Los gritos de agonía de Doris apenas resonaron en el frío amanecer cuando el filo de la muerte la reclamó como su presa. Herida de muerte, fue arrastrada al Hospital Regional Dr. Luis “Chicho” Fábrega, pero el destino ya había sentenciado su trágico destino. La noticia de su fallecimiento sacudió a la comunidad, sumiéndola en un lamento colectivo por la pérdida de una vida inocente a manos del abismo humano.
Mientras tanto, el verdugo, carente de remordimiento y sumido en la más profunda depravación, decidió enfrentar su destino y se entregó a las autoridades. La Sección de Homicidio/Femicidio de Veraguas, ataviada con la solemnidad de la justicia, se desplegó en la escena del crimen, determinada a desentrañar los oscuros secretos que llevaron a este acto de barbarie.
Entre los escombros de esta tragedia, yace un pequeño inocente, un hijo de tan solo 3 años, quien ahora enfrenta el desamparo y el dolor de la pérdida de su madre a manos del ser que debería haber sido su protector. Su llanto silencioso resuena como un eco siniestro en medio de la noche, recordándonos la fragilidad de la existencia frente a la oscuridad del alma humana.