Después de varios meses de arduos ensayos, llegó por fin la noche cumbre esperada por muchos. El telón del majestuoso Teatro Nacional se alzó para dar vida a uno de los ballets más emblemáticos de la historia: El Lago de los Cisnes, una obra que por generaciones ha cautivado los corazones del público alrededor del mundo. Esta vez fue el Ballet Nacional de Panamá el encargado de ofrecer una versión impecable, cargada de emoción, virtuosismo y una profunda conexión con el alma del arte clásico.
Bajo la dirección general de la maestra Gloria Barrios y el respaldo del Ministerio de Cultura, la presentación se convirtió en un evento de relevancia cultural nacional. Desde tempranas horas de la tarde, los alrededores del Casco Antiguo se llenaron de visitantes ansiosos por presenciar el espectáculo, mientras las luces doradas del Teatro Nacional anunciaban la llegada de una velada inolvidable.
La puesta en escena, bajo la dirección artística del reconocido coreógrafo serbio Sasa Adamovic, fue una verdadera joya visual y técnica. Adamovic supo conjugar la fidelidad al clásico de Tchaikovsky con una sensibilidad contemporánea, resaltando no solo la técnica, sino la narrativa emocional de cada personaje. Desde los primeros acordes de la obertura hasta la escena final, el público fue transportado a un mundo de magia, amor trágico y belleza.
El papel protagónico de Odette y Odile fue interpretado con gracia y una fuerza expresiva admirable por Ana Lorena Boyd, quien deslumbró con una ejecución precisa y conmovedora. Su dominio técnico fue solo superado por la profundidad emocional con la que diferenció los matices de ambos personajes: la pureza de la princesa cisne y la seducción engañosa de su doble malvada.
A su lado, el joven Solieh Samudio dio vida al príncipe Sigfrido con energía, técnica y una presencia escénica que conmovió al público. La conexión entre ambos en escena fue uno de los hilos emocionales más intensos de la noche. Junto a ellos, Edgar Santamaría interpretó con gran soltura y carisma al bufón del palacio, aportando frescura y destreza acrobática, mientras que Ángel Rodríguez encarnó al temido brujo Rothbart con una intensidad oscura que aportó tensión y dramatismo a la obra.
Uno de los momentos más icónicos de la presentación fue la entrañable danza de los pequeños cisnes, que logró una ovación espontánea del público. Con una coreografía precisa y un encanto singular, esta escena demostró el cuidado del Ballet Nacional en formar nuevas generaciones de artistas con alto nivel de preparación. Otro instante inolvidable fue la escena en la que el príncipe descubre el engaño de Odile, manipulado por el brujo Rothbart. La tensión, el desconcierto y el dolor del personaje fueron interpretados con tal realismo que se respiró un silencio sobrecogedor en toda la sala.

La escenografía, sobria pero sugestiva, sumada a una iluminación cuidadosa y a un vestuario deslumbrante, completaron la atmósfera encantada del cuento. Los cambios de escena fluían con naturalidad y precisión, logrando momentos visuales de alto impacto como la aparición del lago iluminado o el contraste entre el mundo onírico de los cisnes y la corte del príncipe Sigfrido.
Esa noche del estreno no solo representó un triunfo artístico, sino también un símbolo del auge cultural que vive Panamá. La presencia de la Ministra de Cultura, Maruja Herrera, en primera fila, fue testimonio del apoyo institucional al desarrollo de las artes escénicas en el país. En sus palabras previas al inicio del espectáculo, Herrera destacó el orgullo de ver florecer el talento nacional en escenarios de esta magnitud, reafirmando el compromiso del Ministerio con la promoción del arte y la cultura.
La presentación de El Lago de los Cisnes por el Ballet Nacional de Panamá no es solo una muestra de excelencia técnica y artística; es un acto que exalta la cultura y el talento panameño, uniendo generaciones en torno a una obra clásica que renace con cada interpretación. En un país donde las expresiones artísticas siguen abriéndose camino con firmeza, noches como esta reafirman que la danza clásica también tiene un lugar de honor en el corazón del pueblo.
Cuando cayó el telón y los aplausos estallaron en una ovación de pie, no solo se celebraba una gran función. Se celebraba la dedicación de cada artista, el trabajo silencioso de decenas de profesionales y, sobre todo, la capacidad del arte para tocar el alma humana.
En el Teatro Nacional, por unas horas, Panamá bailó entre cisnes. Y lo hizo con excelencia.