Entre patrullajes, terapias, silencios y abrazos que lo reconstruyeron, el teniente Javier Alexis Guardia, miembro del Servicio Nacional Aeronaval, desafió toda adversidad por amor. Hoy, este padre ejemplar abre su corazón y comparte con Mi Diario la misión más grande de su vida: ser papá.
No fue en altamar donde encontró su mayor prueba, sino en casa. Entre patrullas, uniformes y casi tres décadas de servicio, el teniente Guardia ha vivido muchas batallas, pero ninguna tan profunda como la de ser el héroe cotidiano de su hija Yaina, quien nació con parálisis cerebral y desde entonces se convirtió en su razón de vivir.
“Cuando perdí a la mamá de mi hija, sentí que el mundo se me venía abajo. Me quedé solo, con una bebé de dos años y un diagnóstico que me rompió por dentro”, recuerda. “Me dijeron que no sería funcional. Al principio me cuestionaba si iba a poder, si sería un buen padre. No estaba preparado para nada de lo que venía”.

Pero lo hizo. Contra todo pronóstico, Yaina avanzó. A los seis años, gracias a la terapia, logró gatear. Hoy, con 22, está por graduarse en Administración de Empresas con énfasis en Recursos Humanos en la Universidad de Panamá. “Ese doctor se equivocó. Mi hija me enseñó que los límites no los pone la ciencia… los pone uno mismo. Todo lo que tengo, lo he dado por ella”.

El teniente Guardia recalcó que hubo días de trabajo intenso, noches sin dormir, lágrimas en silencio, pero su hija siempre fue su motor.
“Una noche llegué agotado, no había dormido como en dos días, estaba destruido... prendí la luz, y ella estaba sentada en la esquina de la cama. No sé cómo lo hizo, pero gateó hasta llegar ahí, me abrazó y me besó. Ese gesto me devolvió la fuerza. Ella se convirtió en mi ángel guardián, un regalo de Dios”.

Batalla de salud propia
También enfrentó su propia lucha: un diagnóstico cerebral que lo llevó al quirófano. “Me dijeron que la operación era complicada, que podía perder funciones. Antes de entrar, mi hija me llamó y me dijo: ‘Papá, todo va a salir bien. Dios está contigo’. Esa llamada me sostuvo. Siempre supo cómo darme fuerza”.
Cabe señalar que el teniente indicó que su hija no sabe la gravedad real de su operación. “Le dije que era por otra razón, para no preocuparla. Ella ya tenía muchas batallas que enfrentar”, confesó.
Etapa como profesor
Hoy, el teniente Guardia trabaja en el Centro de Atención Integral para la Primera Infancia (CAIPI) del Aeronaval, donde imparte clases de robótica a niños. “Yo soñaba con ser profesor. Mi mamá murió cuando estudiaba y lo dejé todo. Pero ahora, al final de mi carrera, Dios me devolvió ese sueño. Enseño, y lo hago con el corazón”.

Reconoce también que la institución ha sido fundamental en su proceso de superación. “Siempre me ha gustado aprender. Me encanta investigar, preguntar, leer, y aquí me han guiado, me han formado. Me siento útil”.
Con una meta ya cumplida —la formación académica de su hija— ahora tiene otra entre ceja y ceja:
“Mi siguiente objetivo es lograr que ella se inserte en el mundo laboral. Para una persona con discapacidad no es fácil, es complicado y duro. Ella quiere trabajar, siempre me lo ha dicho. Me dice: ‘Papá, yo quiero entregar mi hoja de vida, aunque sea una oportunidad’. Y yo la animo: ‘Mételo, uno nunca sabe si Dios abre esa puerta’”.
Y antes de despedirse, deja un mensaje lleno de amor para todos los padres:
“A mis compañeros y a todos los padres les digo que no desistan, que sigan adelante. Lo más hermoso que Dios nos ha dado son los hijos. Que el cansancio nuestro, se transforme en la felicidad de ellos… porque esa felicidad no tiene precio. Los hijos son lo más grande que uno puede tener”.

Con 28 años de servicio y cerca de la jubilación, el teniente Guardia no busca medallas ni reconocimientos. Su mayor condecoración se llama Yaina, la joven que lo abrazó cuando él estaba roto y que hoy lo mira con orgullo, admiración y amor.