Por: Tita Tuñón Centella
1 de febrero de 2016
'Afluenza' se define como una enfermedad de transmisión social. Es altamente contagiosa y sus síntomas son el dolor agudo en la psiquis al punto que genera disociación de la realidad. Los síntomas de esta enfermedad son el endeudamiento, sobrecarga, despilfarro y ansiedad como consecuencia del insostenible empeño por poseer y aparentar más.
Pese a que este término surgió a finales de los 50’s, recientemente lo hemos visto con más frecuencia en los medios noticiosos estadounidenses por el desafortunado caso Ethan Couch en el 2013. Este adinerado joven menor de 18 años cegó la vida de cuatro individuos y dejó un total de nueve personas gravemente lesionadas cuando conducía bajo los efectos del alcohol. El abogado de Couch alegó que el chiquillo no era responsable por haber causado semejante desgracia dado que su formación como niño rico no le permitía comprender la consecuencia de sus actos.
Lo que me alegra de vivir en Panamá es ver un país con gente pujante, lo que me preocupa es que el empujón venga en combo con un falso sentimiento de clasismo, superioridad y elitismo que nada tiene que ver con ser una persona educada, culta, controlada, y en constante pulimiento. Los hijos del 'Old Money' conciben el dinero como algo que se disfruta pero no los define; su crianza y manejo personal son complementarios a sus bienes materiales. A éstos críos se les enseña el valor del dinero con base en distintas aristas, se les instruye para convivir en sociedad, a capear, a evitar colocarse en el radar, estar siempre en bajo perfil, suelen aparentar mucho menos de lo que tienen, y muchos de ellos son criados con la soga corta para que de adultos vivan psicológicamente más holgados. Por otro lado, los chiquillos afluenza son los hijos de los nuevos ricos criados con pocos límites y/o estructura personal.
Lo curioso de esta dicotomía es que, por lo que veo cotidianamente, no necesariamente un chiquillo afluenza tiene que pertenecer a los círculos de los nuevos ricos como el caso de Ethan Couch. Observo el manejo que cada vez más padres tienen con sus hijos y no deja de sorprenderme el grado de sometimiento a la que éstos adultos están inmersos, es decir, la manipulación de sus hijos y una sociedad aspiracional.
Siendo creativos, imaginemos a una pareja de padres en el centro de un ring de boxeo: En una esquina del cuadrilátero tenemos a padres que trabajan a brazo partido con la intención de proveerle a sus hijos un nivel de comodidades que ellos nunca tuvieron durante su infancia. Este objetivo es muy efectivo siempre y cuando los esfuerzos de los padres no se transformen en boletas emocionales por no suministrarle la debida atención y el tiempo que una buena crianza requiere.
Al lado de esa esquina tenemos a los hijos influenciados por otros chiquillos con padres que creen tanto en las revistas modernas, al punto que inclusive les dan poder a sus hijos menores de 5 años para la toma de decisiones que a esa edad no competen. No es de extrañar que estos menores tengan dificultades en el reconocimiento de la autoridad, problemas de adaptación, sufran de ansiedad, se perfilen como potenciales NiNis, y sean bullies manipuladores en sus escuelas.
En el lado opuesto de las dos primeras esquinas tenemos a una sociedad más falsamente clasista que capacitada. Lo peligroso de esta esquina es que somos nosotros los adultos quienes constantemente estamos dándole el ejemplo a las generaciones emergentes. Lo que aparenta dominar nuestras actitudes es la corteza cerebral reptiliana con apetito voraz por la superioridad, el aplastamiento de quienes consideramos inferiores y es válido perdonar la idiotez pero no la escases.
De la mano de esa esquina del ring tenemos a los sellos distintivos de crecimiento económico que evocan fortaleza, la necesidad imperativa de constante validación social y la distancia abismal de las limitaciones.
Ante un contendor de cuatro brazos tan potente, pareciera ser que hay que convertirse en padres y madres pugilistas para no caer aturdidos en un knock out contra la vorágine de influencias. La preocupación de muchos adultos sensatos es que quienes cuidarán de los fondos de nuestras jubilaciones es una generación de hijos cuyos padres están mareados con falsos positivos, chiquillos que recibirán una bofetada de realidad y no sabrán la razón del golpe, y padres que acudirán ciegamente a su defensa por estar dentro de la matriz del Wannabiísmo Crónico.
Qué belleza es esforzarse para sacar adelante un proyecto personal, conseguir posesiones anheladas desde la infancia que nos afiancen la confianza en nosotros mismos y nos refuercen una auto estima saludable; no permitamos que la puerca tuerza el rabo cuando los bienes materiales que logramos los transformemos en objetos que definan nuestras personalidades y nuestras relaciones interpersonales.
_________________________________________________________________________________
Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores. Mi Diario no avala sus puntos de vista.
Otros artículos de esta autora:
El Efecto Yomatzy
Pinchazos, corrupción y talón de aquiles
Vulnerabilidad