Qué mes tan canalla con el deporte femenino de Panamá. Hemos tenido unas tres semanas que duelen, que incomodan, que obligan a mirar hacia dentro y preguntarse si se está haciendo lo suficiente. Desde la última semana de mayo para acá, dos selecciones juveniles —la Sub-20 de fútbol y la Sub-16 de baloncesto— vivieron derrotas que, por escandalosas, hacen tambalear la ilusión construida durante meses.
La Sub-20 de fútbol femenino venía de tocar la cima centroamericana. En enero levantaron el trofeo de campeonas del área con personalidad, goles y un grupo que ilusionaba. Pero en su regreso a la realidad continental fueron barridas: 7-1 contra Canadá y 4-0 contra México en la fase de grupos del Premundial. Once goles encajados en apenas dos partidos. Un golpe seco.
No muy diferente fue lo de la Sub-16 de baloncesto en la AmeriCup de México. Llegaban con el subcampeonato centroamericano en el bolsillo. Pero el salto de nivel fue brutal: perdieron 122-27 ante México, 61-29 contra Colombia y 107-15 frente a Canadá. Un promedio de 73 puntos en contra por partido. Doloroso, sí. Pero no inexplicable.
Ante semejante panorama, la reacción más fácil —y la más injusta— es apuntar a las jugadoras y dejarles caer todo el peso encima. Pero este editorial no va por ahí.
Lo que si tiene es un mensaje de aliento porque más allá de los resultados, hay algo que no puede olvidarse: tener el privilegio de representar a Panamá no las convierte en infalibles. Las expone, las exige y las enfrenta a realidades muchas veces superiores. Pero no las define. Lo que sí puede definir sus carreras es la forma en que reaccionen ante este tipo de momentos.
A ustedes, chicas, les digo: háganse fuertes. No permitan que este junio canalla les robe la fe en su talento. Apóyense entre ustedes, hablen de lo que sintieron, analicen lo que pasó. No se escondan ni se avergüencen. Nadie que haya defendido la bandera desde el esfuerzo genuino merece bajar la cabeza. Si de algo sirve el deporte, es para enseñar que las derrotas también construyen. De hecho, las más duras suelen ser las que dejan las mejores enseñanzas. El reto es transformar ese dolor en motivación.
Ahora bien, el análisis no puede quedarse solo en lo emocional. Hay que hablar con firmeza a los adultos del sistema: entrenadores, dirigentes, padres, tomadores de decisiones. ¿Estamos como sociedad haciendo todo lo necesario para que nuestras niñas lleguen preparadas al alto rendimiento?
¿Cuántas veces escuchamos que hay talento de sobra en Panamá? Sí, lo hay. Pero el talento solo alcanza la excelencia cuando encuentra el ambiente adecuado.
¿Qué preparación real tuvieron estas selecciones antes de enfrentar a potencias como Canadá y México en basket y fútbol? ¿Cuántos fogueos internacionales? ¿Qué estructura metodológica hay detrás de un torneo de este nivel? ¿Qué seguimiento técnico, táctico y emocional reciben estas jugadoras desde que son preseleccionadas?
Lo que pasó en junio no es producto de la suerte. Suele ser una cadena de decisiones —no todas correctas— que se arrastra desde mucho antes.
Un país que cree en el deporte femenino como vía de desarrollo no puede improvisar. Debe formar entrenadores capacitados en todos los rincones del país, con igualdad de condiciones para hombres y mujeres. Y también debe fortalecer los vínculos internacionales: no dejemos de gestionar becas deportivas, conectar con universidades en Estados Unidos, Canadá y Europa, buscar intercambios, amistosos y torneos en el extranjero.
Invertir en el deporte femenino no debe ser por moda. Hay que sembrar en las niñas y jóvenes valores que el país necesita: disciplina, trabajo en equipo, resiliencia, liderazgo. El deporte transforma, empodera, eleva. Pero para que eso ocurra, primero hay que respetarlo. Y respetar a nuestras atletas significa darles todas las herramientas posibles para desarrollarse.
Junio fue un golpe. Que duela, sí. Pero que también despierte. Que nos sacuda como sistema. Que nos haga mirar más allá del resultado y nos obligue a actuar.
No dejemos solas a estas chicas. Ahora más que nunca hay que estar con ellas, porque es en la derrota cuando más se necesita el respaldo.