Uriel Batista no está loco. Cuando dice que Panamá puede estar entre los cinco mejores de Norceca, lo hace con la convicción de quien ha recorrido el camino, no con la ilusión ingenua de un aficionado. Pero, ¿estamos escuchando realmente lo que propone? ¿O lo descartamos de inmediato porque nos suena demasiado ambicioso?
La historia reciente nos invita a soñar. En diciembre de 2024, la selección Sub-19 masculina ganó de forma invicta el Centroamericano en El Salvador. El mejor del torneo fue el panameño Víctor Pérez. En octubre, la Sub-21 fue subcampeona en Chitré. ¿Acaso no es esto evidencia clara de que el talento existe? ¿Por qué no pensamos en grande si ya hay resultados tangibles en categorías menores?
Panamá tiene una base de la cual se puede partir y se llama talento. Entonces, ¿qué falta? ¿Quién debe articular ese potencial disperso para convertirlo en una estructura sólida de formación?
El ejemplo más cercano está en el fútbol. Hace 20 años, hablar de mundial o ser top 3 de Concacaf era visto como una fantasía. Les llamaban la Cenicienta. Pero se trabajó. Se planificó. ¿No puede el voleibol seguir ese mismo modelo adaptado a su realidad?
La Fepavol tiene la responsabilidad histórica de replantear su rol. ¿Está dispuesta la dirigencia actual a trazar un plan a 10 años ¿Tiene la capacidad para integrar las academias privadas y garantizar oportunidades en el interior del país?
Uriel Batista no es un producto del sistema. Es el resultado de un talento natural que encontró oportunidades fuera. ¿Cuántos Uris se han perdido por no tener la guía, la beca o el seguimiento adecuado? ¿Cuántos más podemos desarrollar si se crean condiciones justas?
El voleibol panameño no está muerto. Está esperando que alguien crea en él. No basta con celebrar logros aislados. Se necesita una visión estructural que fortalezca la base y acompañe el crecimiento de nuestros atletas desde la preadolescencia.
Sí, parece utópico. Pero también lo era tener un panameño en Europa, jugando profesionalmente al más alto nivel. Y aquí está. Lo que hace falta no es talento, sino voluntad. Compromiso. Dirección.
La pregunta es clara: ¿seguiremos conformándonos con la nostalgia de lo que fuimos en 2003, o apostaremos por construir lo que podemos ser en 2035?