Un equipo internacional de físicos ha logrado lo impensable: replicar en un laboratorio el temido mecanismo de una “bomba de agujero negro”, algo que parecía reservado a los confines del universo.
Inspirados en una teoría propuesta en 1972 por William Press y Saul Teukolsky, científicos de la Universidad de Southampton, la Universidad de Glasgow y el Instituto de Fotónica y Nanotecnologías de Italia montaron un dispositivo experimental que no solo verificó la idea de superradiancia, sino que llevó al límite la estabilidad de su propio laboratorio.
¿La clave del experimento?
Un cilindro de aluminio conectado a un motor que lo hacía girar a gran velocidad, rodeado por tres bobinas metálicas. Estas bobinas funcionaron como espejos electromagnéticos, reflejando un campo magnético que, en lugar de debilitarse, se volvió más potente. Así se comprobó por primera vez el efecto Zel’dovich, teorizado en 1971, que describe cómo un objeto en rotación puede amplificar ondas electromagnéticas.
Cuando apagaron el campo magnético inicial, el sistema entró en una fase más peligrosa: las ondas se auto-generaban y amplificaban solas. Como lo explicó Marion Cromb, una de las autoras del estudio: “¡Forzamos tanto el sistema que algunos componentes explotaron!”.
Aunque no hubo un agujero negro real, el experimento prueba que estos fenómenos son universales, no exclusivos del espacio. La investigación, publicada en Arxiv el 31 de marzo de 2025, aún está en revisión, pero ya se perfila como un hito que puede cambiar cómo entendemos la energía, la rotación y la física cuántica.